Capítulo 9, Temporada 2

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Dylan Ferrer no fue el único que se congeló.

     Su novia, Alice Victoria Lauren, también lo hizo.

     La mano de ella todavía estaba abajo, en su entrepierna, la otra estaba en su pecho, aún apretando.

     Los labios de arriba como los de abajo estaban abiertos.

     Los de abajo mantenían a un dedo presionando hacia adentro, mientras que los otros...

      Por fin pudo hacer algo más que quedarse estática y abrir la boca. Alice jadeó y se apresuró en cubrirse torpe y totalmente con la manta más cercana, para luego arrastrarse hacia atrás, hasta que su espalda tocó la cabeza hecha de madera perteneciente a la cama.

      —¿¡Qué te he dicho de no tocar la puerta y-y entrar a la habitación como si fueras el dueño!? —exclamó en un susurro porque recordó que era tarde, y que posiblemente su madre y su... su cuñada dormían.

      Dylan deslizó la vista por la manta, y ella se sobresaltó, porque sentía como si estuviera viéndola toda expuesta.

      De nuevo.

      Por Dios Santo, ¿en qué estaba pensando al encender la lámpara?

      —Soy el dueño de la habitación —le dijo el cretino—. ¿Olvidaste que la mansión me pertenece?

     Alice apretó los dientes.

      —No, no lo olvidé. Pero parece que eres tú el que olvida cosas importantes —se relamió los labios y completó—: como ser respetuoso. Soy... Soy una invitada —le espetó, sacando una mano para señalarlo—. No entras a la habitación de una invitada a estas horas de la noche.

      Dylan observó esa mano.

      La observó con demasiada atención.

      Fue allí cuando Alice recordó dónde había estado esa mano anteriormente.

     La escondió de nuevo en la manta, a lo cual lo vio sonreír.

     —¿Ni siquiera si la invitada es mi novia?

     Ella contuvo la respiración. Su cara se calentó.

     Luego se esforzó en responder:

     —Ni siquiera por eso.

     Un asentamiento.

     —Tomo nota —Y ella esperaba que se fuera, cosa que no sucedió, porque él se acercó más y se quedó de pie a una buena distancia, frente suyo, todo imponente, con las manos en los bolsillos—. Así que... no hay amigo rosa hoy.

     Calor, calor, sonrojo.

      —No lo llevo a todos lados. Y-y estaba en la institución antes, no puedo arriesgarme.

      Sí, sí, esas palabras rápidas, casi incomprensibles, provenían de su nerviosismo.

      Entonces la notó:

      La diversión en él.

      Lo que había dicho era lo obvio, y Dylan había mencionado a su juguete para aumentar su vergüenza.

      Lo que logró.

      —Oh, por Dios, eres tan... —Apretó los puños bajo la manta, y lo escuchó reírse.

      Calor, calor, sonrojo.

      Apretó la tela suave más contra ella y, levantando el mentón, preguntó:

El Error de Dylan Ferrer | Tomo 1&2 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora