Extra: Regalos

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Sesenta y tres días para navidad

Qué día horrible.

     Alice entró a la casa de su madre con un suspiro cansado. Acababa de salir del trabajo. La escuela donde trabajaba le había quitado toda la energía en cuestión de pocas horas. Ser maestra y de paso algo introvertida no era una buena combinación, si le preguntaban.

     —¡Alice! —saludó Mary, su madre, con una agradable sonrisa. Ella la invitó a cenar mediante un mensaje una hora atrás, esa era la única razón por la que Alice cambió su objetivo de llegar a casa y lanzarse de lleno en la cama que compartía con Dylan.

     —Hola, má —contestó Alice, dirigiéndose a la mujer y apretándola en un abrazo. El abrazo la consoló un cincuenta por ciento, necesitaría también uno de Dylan para sentirse al cien. Aunque eso era un eufemismo, pues Dylan podría animarla mucho más. No era como si se lo fuera a confesar a su mamá.

     —Te ves cansada.

     —Así me siento. —Una vez soltó aquellas palabras, se arrepintió. No quería preocupar a su madre.

     Mary estaba mirándola de cerca ahora, de pies a cabeza, buscando algo fuera de lugar. Por supuesto, nada en el exterior estaba fuera de lugar. La cuestión era interna. Estaba cansada de chicos groseros. Pero Mary tenía la boca abierta por el asombro, pensando en algo más.

     —No me digas, Alice, ¿estás embarazada?

     —No —respondió con desconcierto—. Es otra cosa lo que me tiene así.

     Mary frunció el ceño.

     —Oh, cariño, ¿qué pasó?

     —Rutina, supongo.

     —Alice...

     —Hay un chico de intercambio en la institución —comenzó a explicar—. Tiene quince años, y nunca hallé algo malo en él, pero descubrí que molesta a otros niños más jóvenes. Le hice una observación y él me respondió de manera malsonante.

     La 'observación' era un reporte que hacía la institución ante comportamientos inaceptables.

     —¿Y qué hiciste? —insistió Mary.

     —Le hice otra observación. Una tercera de ellas, y su acudiente tendrá que reunirse en coordinación.

     —Muy bien, Alice.

     Alice asintió y prosiguió mientras ayudaba a Mary a servir los platos.

     —¿Cómo un jovencito decide tomar el camino del bullying? Debiste ver, má, entré al salón justo a tiempo para verlo incitar a unos estudiantes a lanzar bolas de papel a un pobre chico que se hacía adelante de él. Allí el violentado como otros alumnos me aseguraron que no era la primera vez.

     —Qué horrible. ¿Los otros chicos también adquirieron observaciones?

     —Sí. No podía solo dejarlo pasar incluso cuando aseguraron que no llegaron a golpearlo. Lo planearon, y eso no está bien. Los vi con las bolas de papel.

     —Espero que ese muchacho y los demás recapaciten.

     Alice asintió de acuerdo y entonces se quedó muy quieta ante el sonido de un vehículo deteniéndose cerca.

     —¿Lo invitaste? —preguntó a su madre, refiriéndose a Dylan, quien se suponía no vería pronto. Mary le brindó un guiño.

     —¿No te lo dijo?

El Error de Dylan Ferrer | Tomo 1&2 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora