Capítulo 37

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Nunca se había sentido tan incómoda como en ese momento.

    Observando por la ventana del grande vehículo, y apretando con su mano derecha su vestido verde de loros, se preguntó por enésima vez si se había vuelto loca.

     ¿Por qué tuvo que decir "está bien"? Si no lo hubiera dicho, no habría pasado por... Por...

    Enrojeció.

    Lo vio por el rabillo del ojo: Dylan tenía la mirada al frente, con el ceño ligeramente fruncido indicando que estaba concentrado en la carretera...

    —¿A dónde vamos? —cuestionó cuando se detuvieron en un semáforo en rojo. No reconocía los alrededores, y sus nervios no estaban ayudándole en nada.

    No hubo respuesta, y eso la asustó.

   'Un hombre conducía en silencio, una mujer no sabía hacia donde se dirigían. Después ella moría porque él la asesinó en EL lugar'. Había visto una película de terror así.

    Parpadeó. Luego se rió. ¿Qué le pasaba?

    Cuando devolvió su mirada a Dylan, este ya la estaba mirando.

    Quiso hacerse bolita, hallar un agujero y esconderse ahí porque estaba en demasía avergonzada, pero en lugar de... eso, cruzó sus brazos, levantó el mentón y preguntó nuevamente:

     —¿A dónde vamos?

    Dylan volvió la vista al camino, y contestó, con la voz sospechosamente gruesa:

    —A un motel.

   Asintiendo, se relajó y posó de nuevo sus ojos en el paisaje. Las palabras resonaron, tomaron significado... A un motel, a un motel, a un motel, a un mo- Su boca se abrió, y muy rápidamente se giró hacia él.

    Este se rió.

    Y ella olvidó lo que iba a decir.

   Se quedó observándolo, contemplándolo, preguntándose qué rayos había hecho para que un hombre como él siquiera la mirara.

    Las respuestas pronto llegaron, y todas eran negativas. La inseguridad de nuevo estaba atacando, de nuevo, de nuevo. Voces del pasado se repitieron en su mente, burlándose, burlándose.

     Miró sus manos juntas en su regazo.

   «¿Por qué lo hacían? ¿Qué les había hecho?», se preguntó constantemente años atrás, cuando en el suelo sucio de la cafetería estaba sentada, mirando sus manos temblorosas juntas en su regazo, obligándose a que sus lágrimas no salieran... siendo 'el blanco'.

   ¿Qué les había hecho?

    —¡La cocinera viene con compañía, haz el cierre! —alguien dijo.

    Levantando la mirada, vio que él besó el huevo cocido* en su mano, y dijo:

    —Me estoy jugando la merienda aquí. Pero veamos —Luego él lanzó el huevo con fuerza. Este era el cierre de la guerra de comida en el que muchos participaron, pero en el que sólo ella se vio afectada.

    La cáscara se rompió en cuanto impactó en su ojo izquierdo. A lo lejos escuchó a los mayores acercándose, exclamando cosas como: ¡qué desorden! ¡Aseo!

    Ellos no notaron su existencia por varios minutos.

    Y cuando lo hicieron, cuando por fin la vieron, comenzaron a cuestionarla, sin pensar en algún momento en el cómo se encontraba.

El Error de Dylan Ferrer | Tomo 1&2 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora