Capítulo 38

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Tonos amarillos pasteles, dorado, más dorado, blancos, iluminación admirable, plantas cuidadas con esmero, olor suave y delicioso.

    Alice quería irse de allí.

   El lugar era inmenso, hermoso y, por lo que veía, extremadamente costoso, pero las personas a su alrededor le estaban brindando una mirada extraña, a ella, a su vestido, y sólo quiso volver a su casa, donde nadie la miraría con una ceja levantada, preguntándose qué estaba mal con ella.

   En su habitación solitaria, nadie la juzgaría.

   Aquí...

   Frunciendo el ceño, mordió la última pieza de galleta que hacía parte del helado, acabándolo finalmente.

   No, se recordó, ya había tenido suficiente inseguridad. Ahora tenía que mantener arriba, arriba la mirada. Como su madre había dicho, ya no era... la que era antes.

    Se veía bonita, tenía un bonito vestido y tenía unos bonitos zapatos.

    Posó sus ojos en la espalda de Dylan, quien en ese momento hablaba con una mujer en recepción. Él no le había dicho nada sobre su vestimenta...

   Luego recordó que la vio desnuda, y enrojeció.

   Escuchó risitas y se giró hacia la dirección de donde provenían; dos mujeres hermosas, con ropa hermosa, con joyas hermosas, la estaban mirando, y se cubrían la boca para "evitar" que se diera cuenta de que se estaban riendo.

    De ella.

    Eso le recordó al pasado...

    Hizo de la servilleta una bolita y, para la total sorpresa de las otras, rodó los ojos. Miró al frente de nuevo, justo en el momento en el cual Dylan se giró para verla, para examinarla.

    —Entonces... —comenzó, quedándose estática en su lugar cuando él alargó la mano y pasó uno de sus dedos por un sector de sus labios.

    Estos se abrieron, por el estado de shock, cuando Dylan se llevó el helado que había obtenido de su boca y se la llevó a la propia. La recepcionista jadeó, e incluso las mujeres que estaban a pocos metros de distancia también lo hicieron.

    Él sólo siguió observando con el ceño fruncido los papeles que tenía en la otra mano, papeles que anteriormente la rubia empleada del lugar le había entregado...

   Él estaba como si nada.

   Alice estaba siendo la copia, en color, de un tomate maduro.

   —¿En realidad están casados? —cuestionó la rubia dejándola impactada, mirando sola e intensamente, a Dylan.

    Y, antes de que pudiera responder... Un grupo de cuatro hombres y una mujer llegó, haciendo en demasía ruido por las risas.

    —¡Oh! —emitió un de ellos, mirándolos—. ¡Pero qué sorpresa el verte aquí!

    Aturdida, Alice sólo pudo ver cómo Dylan saludaba bruscamente a todos, a excepción de la mujer, que en ese momento tenía una mirada entrecerrada en el anteriormente mencionado.

   —El hombre invisible es de nuevo visible —le dijo ella a su grupo, masticando un chicle ruidosamente—. Creí que te vería en un funeral —Miró sus uñas negras y sacudió un poco de las diminutas cadenas que tenía en estas—, ya que según lo que me han informado, casi te moriste, bastardo.

   Dylan levantó una ceja.

   Otro comenzó a reírse.

   —Hierba mala nunca muere, Sienna. —Se giró hacia Dylan—. ¿Y a ti qué demonios te picó como para que vengas a... —Luego, él la vio. Los ojos del alto hombre se abrieron demasiado mirando a su dirección—. Tú... Tú eres ella.

El Error de Dylan Ferrer | Tomo 1&2 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora