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Ashley

Mierda.

Me levanté de golpe de la cama e intenté analizar el tiempo que había pasado desde que había apretado el botón de posponer en la alarma del teléfono. Me relajé un poco cuando decidí que no podían haber pasado más de cinco o diez minutos.

Aun así, alargué la mano para coger el teléfono que estaba cerca de mi almohada. Bostecé mientras miraba la hora: 8.54.

Mierda.

Genial, me había perdido la primera hora y llegaría tarde a la segunda si no me daba prisa. Me levanté, me lavé los dientes y me vestí lo más rápido que pude con unos tejanos y una sudadera. Estaba casi al salir de la habitación cuando me giré de golpe para coger las llaves que me había estado a punto de dejar en la mesita.

Cerré y bajé corriendo las escaleras. No sé ni como conseguí no caerme con lo patosa que era. Salí con un bollo que me acababa de coger de la máquina expendedora de la residencia y me apresuré hacia mi próxima clase mientras daba el último bocado.

Mi móvil sonó en mi bolsillo y seguí corriendo mientras alargaba la mano hacia mi teléfono. Estaba a punto aceptar la llamada cuando choqué con una persona.

Subí la mirada con intención de disculparme, pero me quedé parada al observar los ojos claros imponentes con los que me encontré. Un pelinegro me devolvía la mirada y creo que me podría haber entrado una mosca en la boca si llego a esperar un rato.

Vale el chico es guapo, pero vamos a llegar tarde a clase.

Menos mal que mi conciencia era más responsable que yo.

Murmuré una disculpa mientras lo esquivaba y aceptaba la llamada.

—¿Sí?

—¿DÓNDE ESTÁS?

Me aparté el teléfono un poco de la oreja para evitar quedarme sorda. Suspiré y dirigí una breve ojeada hacia atrás. Aún podía ver al chico. Estaba andando tranquilamente, dándome la espalda.

—A punto de entrar, tranquilízate.

Colgué y me apresuré a entrar en el edificio que tenía delante.

La mirada que Melody me dirigió al entrar era de odio puro. La tendría que invitar a un café por esto. O a cinco.

Me acerqué a ella con una sonrisa inocente en los labios.

—Dime por favor que no has venido porque acabas de escapar de unos hombres malvados que te han secuestrado y por eso me has dejado sola en clase de latín obligándome a sentarme con Michel.

—Buenos días.

—Me tomaré eso como un no – entró con tranquilidad en clase y se sentó en su sitio, cruzándose de brazos.

Me acerqué a ella y me senté a su lado. Michel era el exnovio de Melody, mi mejor amiga. Ella lo había dejado hacía unos meses, pero él quería volver.

—Por tu pelo, o te has caído viniendo o te lo has pasado muy bien esta mañana.

—O no me ha dado tiempo a peinarme porque he venido corriendo – vi como mi amiga suspiraba y miraba a Michel – ¿Crees que si te invito a un donut después de clase me podrías perdonar?

—Dos.

—Acepto.

—Entonces sí – sonrió y yo me relajé un poco en mi silla.

Intenté prestar toda la atención que pude a la clase y, cuando esta acabó, cumplí la promesa que le había hecho a Melody y nos dirigimos a la cafetería.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora