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El domingo Aiden se acabó yendo a las pocas horas, charlamos un rato y miramos la película hasta que él recibió una llamada la cual no me enteré mucho, y se fue. Me dijo que vendría a verme cuando pudiera.

Y, cumpliendo su promesa, el martes Aiden tocó a mi puerta y yo abrí en pijama y chanclas.

—Bonito pijama – dijo dándome un repaso.

Me miré a mí misma y observé con vergüenza mi pijama de Minnie Mouse mientras mi cara se calentaba a causa del rubor.

—Eh...Gracias – balbuceé.

Él me sonrió y me di cuenta de cuánto había echado de menos su hermosa sonrisa.

No sé cuánto tiempo estuve observando sus labios curvados y sus ojos de ese tono de azul tan claro. Todavía llevaba una venda en los nudillos, pero la de la frente ya no estaba y solo se apreciaba un corte en horizontal, casi al comienzo del pelo. Cuando carraspeó y elevó una ceja yo desperté de mi ensoñación, sacudiendo un poco mi cabeza.

—Pasa – dije, apartándome para invitarlo a entrar.

—No puedo – dijo, volviendo a su semblante serio.

Lo miré con preguntas en los ojos y él me dedicó una casta sonrisa.

—Tengo que irme – dijo – Solo he pasado para decirte que el viernes Axel va a hacer otra fiesta en el mismo sitio que la última vez y me preguntaba si... —dudó unos instantes – Me preguntaba si querrías venir – acabó.

Me miraba de una manera extraña, diferente a la que me solía mirar, como si temiera que dijera la respuesta equivocada.

—Claro – dije.

Su semblante serio se relajó y yo le sonreí.

—Perfecto – dijo – Pasaré a buscarte a las nueve.

Asentí con la cabeza y me sonrió una vez más antes de que lo perdiera de vista por el pasillo.

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La semana transcurrió con normalidad. Menos un pequeño percance que tuve el jueves.

Una paloma, literalmente, se chocó con mi ventana a medianoche.

O eso pensé que era cuando me desperté para mirar que no la hubiera roto. Y, efectivamente, estaba rota. Me pasé la mano por los ojos, intentando despertarme, antes de mirar mi teléfono para saber la hora.

Las tres de la mañana.

Las putas tres de la mañana.

Y al día siguiente tenía una presentación, así que debía estar al cien por cien.

Resoplé y me levanté, chocándome con algo en el suelo. Aparté los libros y avancé hacia la ventana. Me pinché con algún cristal mientras buscaba la paloma para sacarla. Mi mente no funcionaba muy bien en esos instantes, no me juzguéis.

Casi me caí intentando esquivar un cristal grande y encontré la causa de mi ventana rota.

El problema era que no fue una paloma. Era una piedra, y no precisamente gigante. Esas ventanas debían estar hechas de porcelana.

Resoplé por tercera vez y, abriendo la ventana para evitar cortarme, me asomé por ella.

Mi mandíbula casi se cayó al suelo al ver a Aiden abajo saludándome con una sonrisa gigantesca. Lo miré, incrédula.

¿No sonreía casi nunca y cuando lo hacía era para tirarme una piedra y romperme el cristal a las tres de la mañana?

—LO SIENTOO – gritó – TE PAGARÉ LA VENTANA, TE LO PROMETO.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora