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Me subí al coche cuando lo localicé y me dejé caer en el asiento, retorciendo mis manos con nerviosismo.

—Bonito pantalón – me dijo a modo de saludo.

Estaba sonriendo.

—Bonita chaqueta – le dije yo, siguiendo la broma.

Arrancó.

Aiden guiñándote un ojo es lo mejor que puedes ver antes de morir y yo acababa de comprobarlo. Aiden salvaba a niños muriendo de hambre con solo sonreír y guiñarte un ojo, estaba segura.

Su cálida sonrisa calentaba mi corazón.

Y también otras cosas.

¿Desde cuándo ver conducir a alguien era tan sexi?

Desde que conociste al jodido Aiden Blake, señorita.

Miré con atención cómo sus manos se movían hábilmente sobre el cuero del coche.

—¿Te gustó la canción?

—¿Eh? – murmuré.

Él me miró unos segundos con una sonrisa pícara y volvió a la carretera. Sus ojos brillaron con diversión.

—La de Chase Atlantic – entendí.

—Ah, sí, sí – indiqué.

Siguió su camino con esa perfecta sonrisa en el rostro. Su mano se movió de la marcha y la dejó caer casualmente en mi muslo.

Necesitaba aprender a respirar de nuevo o iba a morir ahí dentro.

—¿Estás segura de que quieres ir a la carrera?

—Segurísima.

—Si no, aún podemos pasar e ir a...

—Sí que quiero – le dije, segura y con una sonrisa.

Él apretó los labios, pero siguió conduciendo.

Llegamos poco después a lo que parecía un campo bastante extenso de arena. Aiden quitó la llave de contacto y sentí frío y vacío en la zona dónde su mano había estado durante el viaje.

Ambos bajamos, yo, segura, y Aiden con cierta duda.

Había una pequeña carpa dónde se acumulaban y bebían diferentes grupos de gente.

Todo de forma clandestina, por supuesto.

Me pasó el brazo por los hombros, haciendo que yo fuera, inevitablemente, demasiado consciente de sus células en contacto con las mías mientras nos acercábamos a un grupo de gente.

—No te alejes de mí, ¿vale?

—¿Por qué? – inquirí.

Se humedeció los labios antes de contestar.

—Aquí hay mucha gente que no me...aprecia, precisamente.

Tras sortear a unas cuantas personas, localicé al grupo de amigos de Aiden.

Hope, con toda la confianza del mundo, vino corriendo y se lanzó en mis brazos, haciendo que me tambaleara levemente.

Reí y saludé a los demás, mientras Axel se ofrecía a traernos unas cervezas. Cuando llegó, tomé un sorbo y sentí el frío líquido bajar por mi garganta.

Entonces Jason habló por encima de la escasa música que habían puesto.

—¿Quién corre hoy? – preguntó, dando una calada a su cigarrillo.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora