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Cassie

Mady se subió en mi cama y empezó a dar saltos. Con un suspiro me incorporé un poco, apoyándome en mis brazos y sin poder ocultar una pequeña sonrisa.

—¡Vamos a abrir los regalos! – gritaba.

Riendo, le cogí de la pierna para tirarla a la cama y hacerle cosquillas.

—Parece que tengas tres años – murmuré cuando dejó de reír.

—Vale, lo que digas, tú solo hazme caso y vamos abajo.

Puse los ojos en blanco y la seguí escaleras abajo.

Se apresuró a ir hacia el árbol de Navidad, dónde, efectivamente, estaban los regalos.

—Primero el desayuno – le dije.

Resopló y devoró los gofres que le preparé.

Mi padre seguramente seguía durmiendo en la cama a pierna suelta y Robin...bueno, Robin llevaba sin aparecer por casa unas dos semanas, más o menos.

De alguna manera, no me sorprendía, y tenía la certeza de que, aunque Mady estaba ligeramente preocupada, ella sabía que no le había ocurrido nada.

Recogimos los platos entre las dos y le sonreí antes de que comenzara a abrir los regalos.

Lo de siempre.

Ropa, juguetes y más cosas caras que posiblemente nunca íbamos a utilizar.

—Feliz Navidad – murmuré cuando nos dejamos caer en el sofá.

—Feliz Navidad – respondió.

De aquí unas horas mi padre se despertaría, desayunaría antes de trabajar y, si había suerte, se acordaría de que es Navidad.

Suspiré, estirándome y envolví a Madison en un abrazo.

Ashley (unas horas antes)

El hombre me acercó una silla y me permitió sentarme en ella.

Este no me había traído por el cabello, como pretendía hacerlo el otro, pero tampoco creo que nadie se hubiera atrevido a hacerlo si no querían perder ninguna extremidad.

Lo miré con desprecio y, unos segundos después, Robin entró por la puerta, cerrándola a su espalda.

Estaba sonriente, como si fuera el hombre más feliz del mundo, y eso me hizo rechinar los dientes.

Se sentó frente a mí y colocó las manos en la encimera.

—¿Qué quieres? – le dije.

Su sonrisa pareció aumentar antes de responder.

—He descubierto un par de cosas desde la última vez que tuvimos el placer de encontrarnos.

Tragué saliva mientras seguía observándolo, con las manos aún atadas a mi espalda.

—No había caído hasta ahora, ¿sabes? – murmuró – Eres la hija de Joshua Harper.

Hizo un gesto vago con la mano.

—Eso ya lo sabía, por supuesto. Lo que no sabía era que ese era uno de los muchos investigadores que contraté para vigilar a Aiden.

Apreté los labios, incapaz de decir nada.

—No me voy a meter en si lo quieres de verdad o si simplemente lo hiciste para ayudar a tu padre, no te preocupes.

Se levantó de golpe, haciendo que mis ojos lo siguieran mientras caminaba relajadamente, pasando el dedo por la encimera.

—Ashley – murmuró – solo te recomiendo tomar la mejor decisión posible para todos.

Mi respiración se cortó cuando me di cuenta de que estaba más cerca de mí de lo que debería estar.

Su mano rozó repentinamente mi mejilla y pasó a apartar el pelo que me caía en la frente.

—Tú eres la única capaz de acabar de destrozar a Aiden – sonrió – y pienso ofrecerte una muy buena cantidad de dinero por ello.

Aparté el rostro y, si hubiera tenido las manos libres, le habría dedo un manotazo para apartarlo de mí.

—Métete tu estúpido dinero por el culo, Robin.

Eso no hizo más que aumentar su sonrisa.

—Esto puede acabar de dos maneras, Ashley – dijo suavemente – la primera es tu saliendo de la vida de Aiden con el dinero suficiente como para pagar todo lo que te apetezca permitirte en los próximos diez años...

Suspiró y escuché como la puerta que conectaba a otra habitación se abría, pero no aparté los ojos de Robin.

—O...tú yendo al funeral de tu querido hermano y de todos los que están en esa sala. De la mano de Aiden, eso sí.

Un nudo se formó en mi garganta.

No podía estar hablando en serio.

No me atrevía a mirar a mi derecha, dónde la puerta se acababa de abrir, mientras sentía mis ojos escocer.

Robin se alejó unos pasos de mí y yo no pude más que observar como un hombre dejaba caer el cuerpo inconsciente de mi hermano a mis pies.

Tenía los ojos hundidos, pero su cuerpo se movía rítmicamente, indicando que estaba vivo.

Sus pies estaban atados, y yo pude saber que llevaba varios días así porque unos morados empezaban a formarse en sus tobillos.

Aún tenía el brazo escayolado por el accidente.

Un jadeo escapó de mis labios

Sólo una pregunta acudía a mi cabeza, una pregunta de la qual ya sabia la respuesta.

¿Por qué haces esto?

Porque quiero ver sufrir a Aiden, quiero que sepa que tengo control sobre él.

Incapaz de hablar, volví mis ojos para mirar a Robin, que me sonreía, plenamente feliz.

—Eres un monstruo – murmuré.

Hizo un gesto con la mano, quitándole importancia al asunto, mientras volvía a dar un paso en mi dirección, repentinamente serio.

Me cogió de la barbilla con suavidad y me observó detenidamente el rostro mientras yo me veía incapaz de reaccionar.

Una pequeña sonrisa surcó sus labios cuando terminó de revisarme y entonces sus ojos verdes chocaron con los míos.

—Tienes diez minutos para decidir, Ashley – susurró y su asqueroso aliento chocó contra mis mejillas – Romperle el corazón a tu querido Aiden y sacar algo de toda esta experiencia o dejar que tu hermano y tus amigos mueran.

Tragué saliva con dificultad.

—En realidad, las dos decisiones destrozarán a Aiden – dijo –, pero en la primera se evitan muertes, y tú no podrías permitir que Aiden perdiera a todos sus amigos, ¿verdad?

Se alejó de mí un poco y mi mirada se perdió en la pared.

—Tic-tac – susurró.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora