❒ 15 ❒

1.2K 85 33
                                    

El día anterior me había encontrado en un estado de shock, o al menos eso quería creer.

Sabía dónde me metía relacionándome con ese tipo de gente. Pero debía hacerlo. El chico era cómo un imán que me atrapaba y no me soltaba.

Había estado en un tiroteo. Aún no me lo creía.

Cuando me levanté y miré el teléfono me puse a llorar.

Las noticias de un tiroteo en una discoteca no autorizada inundaban la pantalla de mi teléfono. Lloré por diferentes razones.

Podía haber muerto yo. Podía haber muerto Aiden. Podían haber muerto, y posiblemente lo habían hecho, muchas personas. Quizá entre ellas se encontraba Hope. No quería ni pensar en la posibilidad de que Hope fuera una de las heridas o de las fallecidas.

Por lo que estaba leyendo, la policía había encontrado exactamente siete cadáveres. Todos iban vestidos de la misma manera. Eso me daba esperanzas de que Hope estuviera bien.

No me resultaba difícil creer que fueran los que había matado Aiden.

Dios, ni siquiera me creía que esto me estuviera sucediendo.

Aiden Blake había matado.

Y lo había hecho con una frialdad y precisión que no me sorprendería que ya tuviera las manos manchadas de sangre antes de esa noche.

No podía culparlo. Solo se había defendido. Pero ¿qué les habían hecho a los chicos que entraron para qué comenzaran un tiroteo justamente en la discoteca de Axel?

Debían tener algún objetivo, y pensar que ese posiblemente fuera matar a alguno de los amigos de Aiden o al propio Aiden me ponía los pelos de punta. Necesitaba saber que era lo que había pasado y por qué habían entrado allí, pero, curiosamente, Aiden no respondía ninguna de mis llamadas o mensajes.

A pesar de la excitación y adrenalina que sentía viviendo ese tipo de experiencias y estando alrededor de Aiden, ¿era capaz de arriesgar mi vida hasta ese punto por tan solo una promesa?, ¿por muy importante que fuera? ¿O quizá había algo más que me animaba a seguir cayendo?

Aiden

—Mierda, Blake – maldijo Axel mientras yo giraba el volante a la derecha, alejándome de la calle de Ashley.

Solté un amplio suspiro y me estiré para abrir la guantera sin quitar los ojos de la carretera oscura. Noté la petaca entre mis dedos y la cogí. Me la llevé a los labios mientras aceleraba un poco para evitar que el semáforo se pusiera rojo delante de mis narices.

Sentí el alcohol bajar por mi garganta y le pasé la petaca a Axel, pero él no tomó, simplemente volvió a guardarlo con un suspiro sonoro y de pesadez. Giré de nuevo a la izquierda, cambiando a quinta.

—No estamos en una carrera, ¿sabes? – volvió a hablar Axel, usando la horrorosa voz que ponía de vez en cuando conmigo.

Opté por no responderle y acelerar un poco.

—¿Me estás escuchando? – inquirió Axel en tono autoritario.

—Te escucharé – empecé, poniéndome una mano en la frente y suspiré – cuando digas algo que no me provoque jaqueca.

Volvió a sonar un resoplo y vi cómo mi amigo se recostaba en su asiento. Se pasó la mano por la frente antes de volver a hablar.

—Esta vez han estado cerca. Demasiado cerca.

Por fin una conversación que podía aportar algo a este estúpido mundo.

—Han entrado de golpe, no nos lo esperábamos.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora