❒ Prólogo ❒

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El sirimiri es la lluvia continua de gotas muy menudas.

Una de las palabras favoritas de mi madre que nunca podría olvidar.

Tomé una bocanada de aire frío. Me ajusté la correa de la maleta que cargaba a la espalda. Mis mejillas estaban mojadas aún y probablemente tenía la nariz enrojecida. Mamá no me dejaría salir a esta hora sin nadie y en pleno invierno.

Ella no me dejaría salir si estuviera viva, claro.

Me sequé las lágrimas que habían dejado de caer hacía escasos minutos. Mis manos estaban limpias en esos momentos. No estaban rojas como habían estado hacía menos de dos horas.

Cuando su cuerpo cayó una parte de mí se rompió. Me había acercado cautelosamente. No pude evitar llorar cuando vi que en el suelo se empezaba a crear un charco de sangre. Eso era completamente mi culpa. En lo más profundo de mí ser, lo sabía.

Entendí que aquello iba a acabar ese día. Tenía que hacer que acabara.

No iba a dejar que me apartaran de allí, había soportado demasiados años sin decir nada, en silencio.

No sentí nada al lavarme las manos y ver que el agua se teñía de rojo escarlata cuando las dejaba bajo el chorro. No fui muy consciente de cómo llegué a mi habitación y de cómo cogí las cosas más importantes que pensé que podría necesitar.

Cuando el bus se detuvo, bajé. Mis piernas se movieron solas y me sacaron de allí. Divagué por la ciudad desconocida durante toda la noche. No sé si llegué a comer en las 24 horas siguientes. No recuerdo prácticamente nada de esos días.

Solo recuerdo que una niña me miró apenada una noche. Se paró y le preguntó a su madre que me pasaba. La madre me dirigió una vaga mirada e intentó inventar lo que supongo que sería alguna explicación lógica y no traumática para la pequeña. La niña, sin esperar a que su madre le respondiera, se acercó más y yo levanté la mirada.

Los ojos le brillaron bajo una melena rubia escondida por un gorrito rosa.

Parecía tan delicada, tan... inocente. Hacía mucho que yo no era nada de eso.

—¿No tienes con quién pasar Navidad? —preguntó en tono dulce.

Esa pregunta fueron las únicas palabras que recuerdo. Después de eso, mi vista pareció aclararse y tomé control de mi cuerpo.

Era Navidad.

En ese instante recordé lo desgraciada que había sido mi vida, porque mis ojos se humedecieron, una lágrima caliente cayó por mi mejilla y le sonreí tristemente a la niña, que me miraba extrañada.

—No – susurré mirándola – no tengo a nadie.

No sabía del todo si me lo estaba diciendo a mí o a ella.

La pequeña me miró unos momentos más y, estando a su altura, me colocó una mano en la cabeza, intentando reconfortarme. Ese pequeño detalle me recordó a mi madre. La suya la llamó y ella se despidió de mí con la mirada. La madre, juzgándome, limpió el guante con el que la niña me había tocado.

¿Qué aspecto tendría después de haber estado tantas horas sin comer y sin limpiarme?

Me levanté a la mañana siguiente. Mis huesos rogaban por una cama cómoda, como la que había tenido toda la vida. ¿Había estado durmiendo en el suelo todo este tiempo?

Llegué a una fuente y conseguí lavarme un poco. Tenía hambre, mucha hambre. Estaba a punto de empezar a gastar el dineral que había robado, pero al final conseguí darle pena a unos chavales que había en la calle. No eran mucho mayores que yo. Tendrían unos 16 años y había uno que parecía más maduro, más responsable.

Me alimentaron y me acogieron en su casa. No me insistieron cuando aseguré no querer hablar de que me había pasado. Lo agradecí bastante. Decidí, en ese preciso instante, que no me dejaría morir.

Que lucharía para sobrevivir en este mundo, por muy complicado que fuera.

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¡Hola!

Esta historia esta completamente finalizada en mi ordenador e iré subiendo dos o tres capítulos a la semana.

⚠️Tiene escenas explícitas de violencia, agresión, armas y violación⚠️

¡Espero que os guste y recordad votar y comentar!

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Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora