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Salí de las ruinas que ocultaban la verdadera casa y observé cómo Axel y Aiden conversaban sentados en el pasto. Me acerqué sin hacer ruido.

El rubio me vio y sonrío amablemente mientras se levantaba. Ocupé su lugar e inspiré profundamente antes de abrir la boca para empezar. Estaba enfadada. Y me enfadaría más si no obtenía respuestas.

—¿Por qué desapareciste durante meses?

Lo vi tragar saliva, se estiró en la hierba y empezó a hablar.

—Robin fue el del tiroteo en la discoteca, te vio conmigo y me manipuló para que volviera con él, amenazándome con tu seguridad.

—¿Te alejaste de mí porque un tío te amenazó con hacerme algo? – asintió – Debiste contármelo, Aiden. Lo habríamos solucionado y yo no me habría pasado un mes y medio odiándote.

—Es que no era tan fácil – se defendió – Robin no es un tío cualquiera, Ash, es uno de los traficantes de droga más peligroso de todo Estados Unidos, el hombre que me quiere muerto – suspiró – y también mi tío por parte de padre. Es muy peligroso y no tenía otra opción que alejarme de ti. Si no lo hubiera hecho, te habría matado.

Estaba entendiendo la información, pero mi cerebro tardaba un poco en procesarla.

—¿Por qué tu tío te quiere muerto? – pregunté.

Se tensó de manera casi imperceptible y miró fijamente el cielo. Había aprendido que presionar a Aiden para que confesara algo no era una buena idea, así que esperé pacientemente a que respondiera.

Observé su rostro mientras él pensaba. Sus rasgos eran angelicales a la luz de la luna. Aunque si Aiden Blake era un ángel, era el más astuto y peligroso que podrías encontrar.

Inhaló profundamente y su mano reptó hasta la mía. Cuando sentí el contacto me tensé durante un instante, decidiendo si mantener mi enfado, pero entrelazó sus dedos con los míos y al final le permití coger mi mano y llevarla a su regazo.

—¿Aiden? – insistí.

—Porque sé cosas de él que pueden...afectarlo.

—¿Qué cosas?

No me respondió.

Observé cómo nuestras manos entrelazadas se veían con la escasa, pero suficiente, luz que nos proporcionaba la luna de manera natural. La suya, repleta de cayos y heridas sin sanar, era más grande, aunque no mucho, y ejercía caricias a las mías, que la envolvían. Sentía sus dedos en la parte superior de mi mano y eso enviaba pequeñas descargas eléctricas a mi cuerpo.

No iba a sacarle nada más de ese tema. Podía ver perfectamente cómo había vuelto a levantar el muro que nos dividía.

—¿Por qué finalmente sí vino a atacarme?

—Había conseguido convencerle de que realmente no tenía nada...serio contigo, pero hace cosa de tres días fui a verte a clases y resulta que uno de los chicos de Robin estaba siguiéndome. Suponía que Robin me estaría vigilando porque siempre lo hace, pero pensé que me había librado de ellos. Así que cuando me volvieron a ver cerca de ti, Robin ató cabos y te quiso atacar.

Humedecí mis labios e inspiré.

—¿Por qué me dijiste tu nombre tan fácilmente? – pregunté, cambiando repentinamente de tema.

Sus ojos brillaron con comprensión y sus labios se curvaron casi imperceptiblemente de manera sarcástica mientras volvía a mirar al cielo.

—Has hecho buenas migas con Hope, ¿verdad? – preguntó, pero no era para que le respondiera, así que no lo hice – No lo sé, la verdad.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora