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Aiden

—Derecha – dije mientras mi amigo daba un volantazo hacia la derecha, tal como le había indicado.

Era de las pocas veces en mi vida que mi respiración era errática. Y eso no me gustaba un pelo.

—¿Quieres calmarte un poco? – dijo Hope detrás de nosotros – Me estás poniendo de los nervios.

—Es ahí – indiqué haciendo caso omiso mientras mi amigo aparcaba rápidamente.

No me fijé mucho en las furgonetas que adornaban el lado cercano del parking, pero sí que vi el coche negro que relucía bajo la luz de la luna.

Inspiré y empecé a trotar hacia las ventanas que estaban iluminadas. Apoyé la espalda en la pared y miré detenidamente por una de las ventanas. Tenía las manos, que empezaban a sudar un poco, alrededor de mi pistola. La escena que me encontré fue tan surrealista que mi boca se abrió de manera inconsciente. Me obligué a cerrarla cuando un silbido flojo se escuchó y miré hacia Axel, que trotaba hacia mí de manera silenciosa con la pistola a la vista. Hope venía detrás de él con mirada aburrida.

Se colocaron al otro lado de la ventana y sus rostros se iluminaron de la luz interior mientras doblaban el cuello para observar dentro. Axel volvió el rostro hacia mí y profirió un leve suspiro, y Hope simplemente cambió a una mirada de decisión, sacando su arma también y aguantándola con las dos manos. Me miraron unos segundos y les hice un leve gesto con la cabeza. Axel asintió, entendiendo la orden, y se alejaron un poco para dirigirse a la puerta que se situaba a pasos de nosotros.

Los seguí de manera inmediata y me coloqué a un lado de la puerta mientras mis amigos se colocaban al otro, escuchando la escena de dentro.

Cuando ya había oído lo suficiente, volví a mi anterior posición y le hice un gesto a Hope, que apretó los labios, y asintió levemente. Di unos pasos hacia atrás e inspiré antes de lanzar un disparo al cristal de delante de mí y acabar de romperlo con mi cuerpo, saltando al interior de la sala y dejando que la ventana rota me hiciera leves cortes en la piel expuesta.

Me levanté del aterrizaje y observé acusadoramente a los presentes, sobre todo a los ojos miel que me devolvían la mirada, sorprendida.

Ashley

—Robin – dije en un susurro.

Él me dedicó una sonrisa, acercándose a mí directamente, y yo observé cómo dos hombres con gafas de sol y traje negro como el de Robin se dedicaban a observar minuciosamente cada parte de mi cuerpo. Eso me incomodó bastante.

Aunque no lo hice visible, claro está.

Parecen estúpidos con gafas de sol a la una de la madrugada, ¿qué les pasa?

Robin se había acercado un poco demasiado a mí y yo, sin querer mostrar mi incomodidad, me obligué a levantar la mirada un poco y a no alejarme de su cuerpo.

Era pocos centímetros más alto que yo, así que tampoco me intimidó mucho. Lo que sí que me provocaba escalofríos era esa sonrisa tan repugnante que estaba esbozando.

Carraspeé, incómoda.

—¿Sabes el concepto de espacio personal? – pregunté.

—¿Te incomoda mi cercanía? – me encogí de hombros, fingiendo indiferencia.

—Simplemente no me parece estrictamente necesaria.

Nunca había sido una persona que se intimidara fácilmente. Mi padre siempre había dicho que era contestona cuando estaba de mal humor. Y ahora mismo mi mal humor estaba por las nubes, así que ahí estaba mi faceta contestona malhumorada. Por muy mafioso que fuera.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora