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Ashley

Joder, ¿cuántas veces me habían dejado inconsciente en el último mes?

Parpadeé antes de que mi vista se aclarara.

Con un gesto de dolor, me incorporé y miré a mi alrededor.

Aaron estaba en una silla delante de mí, sin la cara cubierta, y pude ver que aún tenía el labio partido y restos de morados.

Apretó los labios, observándome, y yo busqué algo en lo que apoyar la espalda.

Para mi sorpresa, no estaba atada de ninguna manera.

Una puerta se abrió a mi derecha y yo miré hacia esa dirección con los ojos entrecerrados.

— Por fin, pensé que tendríamos que traer a un paramédico.

— ¿Qué cojones hago aquí, Robin?

Él se limitó a sonreírme, sentándose en otra silla que tenía delante de mí.

— Tienes una belleza especial, ¿sabes?

Un nudo se instaló en mi estómago.

— ¿Qué se supone que quieres decir con eso?

— Con eso quiero decir —murmuró – que no vas a volver a casa.

Mis ojos se abrieron.

— No me jodas, Robin.

— No te preocupes por eso – bromeó, pero no me hizo ni un poquito de gracia –, no me van las mujeres – dijo con una sonrisa.

No quise preguntar mientras se levantaba y rondaba por la habitación con las manos a la espalda, como un depredador que vigila a su presa.

— No me importa lo que te va o no – dije con los dientes apretados – suéltame, he hecho lo que habíamos acordado.

— Dije que dejaría en paz a Aiden, ¿recuerdas? – asentí – y también que no mataría a nadie. Bueno, nadie ha muerto.

Tragué saliva.

— Me prometiste que me dejarías en paz – murmuré.

— No lo prometí, precisamente – dijo –, simplemente asentí con la cabeza. Aunque supongo que no eres la única que sabe mentir, ¿verdad?

Me encogí un poco cuando Robin clavó sus ojos verdosos en los míos.

— ¿Qué más quieres de mí, Robin? – pregunté – Me lo has quitado todo, no sé qué...

— Quiero tu cuerpo – dijo suavemente y casi pude sentir que Aaron se estremecía.

Me alejé un poco más, hasta que mi espalda chocó con una pared.

— Supongo que no pensarás que mi fortuna se debe únicamente a la venta de drogas – murmuró acercándose a mí.

— Pues sí – dije – es lo que pensaba.

— Pues lamento decepcionarte – se agachó frente a mí –, pero mayoritariamente no es por eso.

— ¿Y por qué es?

Su sonrisa aumentó.

— Prostitución.

Tragué grueso, intentando que el nudo en mi garganta desapareciera, pero solo hizo que aumentar.

— ¿Qué tengo que ver yo con eso?

— Te prometí que te pagaría lo suficiente como para que pudieras comprar lo que quisieras en los próximos diez años – me recordó – Las putas que trabajan para mí cobran mucho, ¿sabes?

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora