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Aiden

—Ya está – murmuré.

Axel se asomó por mi hombro derecho.

—¿Ya está?

—Eso acabo de decir.

Dio palmaditas, contento, mientras yo vi cómo Jason me observaba con una sonrisita de superioridad mientras se volvía a colocar el cigarrillo entre los labios.

—¿Qué? – espeté.

Encogió un hombro.

—Nada, simplemente nunca te había visto como el típico romántico que prepara citas y cosas así.

—Ya —murmuré.

Ni yo.

Estaba dispuesto a ver esa lencería sexi que Ash se había comprado.

Ya había intentado buscar la bolsita, pero la había escondido muy bien, la listilla.

Y había preguntado muchas, muchas veces, pero ella simplemente encogía un hombro y me sonreía angelicalmente.

Estaba jugando conmigo.

Así que tenía un plan.

Un muy buen plan.

El mejor plan que había tenido en años, quizá incluso mejor que el de presentarle a Miles.

Solo quizá.

Eran las siete de la tarde cuando entré en la habitación y Ashley me miró de arriba abajo unos segundos, parpadeando.

—¿Por qué vas vestido así?

—¿Así cómo?

—Como si fueras a hacer algo importante.

Una sonrisa jugó en las comisuras de mis labios.

—Ah, es que tengo algo importante que hacer — no tardé en corregirme — Bueno tenemos.

—¿El qué?

Mi sonrisa aumentó.

—Una cita.

Me miró, confusa.

—¿Cómo que una cita?

—Una cita – expliqué – Una normal. Sin pistolas, ni mafiosos, ni sangre, ni nada. Una cita normal como una pareja normal.

Las comisuras de sus labios se elevaron un poco.

—Sabes que no somos una pareja normal.

—Pero podemos hacer ver que lo somos unas horas. Al fin y al cabo, eres actriz, ¿no?

Su sonrisa creció mientras me daba un piquito en los labios.

—¿No te pareció suficiente ayer? – me preguntó.

—Nunca es suficiente – murmuré -, además, tengo que ganarme esa lencería.

Me observó, confundida.

—¿Lencería?

—Sí, la lencería, tu lencería. La que no me has enseñado.

—Ya te lo has ganado – mis ojos se abrieron – No tenías ni que ganártelo, lo que pasa es que quería mantener la incertidumbre hasta por la noche y ayer estaba muy cansada, pero ya lo tenías ganado.

Bueno, genial.

—¿Sabes? Da igual. Valdrá la pena lo de hoy.

Su móvil vibró y lo cogió mientras se sentaba en la cama para empezar a quitarse los zapatos. Me dejé caer a su lado, escuchando escasamente su conversación.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora