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Cuando Axel detuvo el coche no esperé ni un segundo para bajarme y entrar en la casa. Llegué al salón después de haber dejado la trampilla abierta para Axel y Hope, que venían detrás de mí, y Mel y Mike me miraron entre la preocupación y el enfado cuando llegué abajo.

Quizá se decantaban más por el enfado.

Mel se dirigió hacia mí a grandes zancadas y yo rodé los ojos antes de detenerla con la mano y sentarme en el sofá.

—No estoy de humor – dije.

Si Aiden no estaba aquí quería decir que estaba en la habitación y eso quería decir que yo no iba a entrar en la habitación hasta haberme calmado. Porque ahora Aiden estaba nervioso, yo también porque mi plan había fracasado estrepitosamente y además tenía a media casa enfadada, así que no quería que explotara una guerra.

—¿Qué no...? —Mel soltó una risa, incrédula – ¡Yo sí que no estoy de humor! ¿Eres consciente de la tontería que acabas de hacer? ¡Ese tío está loco! ¡Podrías haber muerto, Ashley!

De verdad que empatizaba con ellos. Pero estaba demasiado enfadada para pensar en eso.

Estaba enfadada conmigo misma porque todo hubiera salido tan mal y lo que menos me apetecía era hablar.

O lo que más, no estaba segura.

—¿Me estás escuchando? – Mel chasqueó los dedos delante de mis ojos.

—Perfectamente – mentí y me levanté.

—¡Vuelve aquí! – escuché a Mel.

Mike y Axel le dijeron algo que no llegué a comprender.

Me dirigí a la cocina para comer algo y cogí una manzana. Me senté en el mismo sitio de antes y Mel me observó desde su sillón, cabreada. Mordí la manzana mientras relajaba los puños, que inconscientemente había estado apretando.

Nadie dijo nada hasta que la puerta de una habitación se abrió y mi pulso se aceleró.

Fingí desinterés mientras sentía que una sombra se cernía sobre mí y noté que el sofá se hundía bajo el peso de alguien.

Ese alguien era Aiden, obviamente.

No dije nada y, cuando terminé mi manzana, me levanté para ir a la habitación, pero Aiden me detuvo con su voz.

—No tiene sentido evadir la conversación que está claro que tendremos – dijo y su voz sonó extrañamente calmada – Es una tontería hacerlo.

—Mira tú por dónde, porque me encanta hacer tonterías.

—Kent, al menos, dígnate a contarnos que mierdas pretendías reuniéndote con Robin sin avisar a nadie.

Me giré hacia él.

—Respuestas – mi tono era seco.

—Podías encontrar respuestas si nos preguntabas.

—No eran preguntas que quisieras escuchar, créeme, no las hubieras respondido.

—Si no las respondo es porque no necesitas saberlas, ¿no crees?

Él esperó a que yo continuara explicándome, pero no lo hice. En cambio, volví a hacer ademán de moverme.

—No estabas tan calladita con Robin – dijo ásperamente.

Mi sangre hervía. Y estaba segura de que pagarlo con él no era una buena solución. Así que intenté hacer caso omiso a sus provocaciones, pero entonces sentí que me cogía del brazo para detenerme. Mis ojos empezaban a llenarse de lágrimas que no quería que vieran.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora