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Aiden se encontraba delante de mí.

Ojos rojos con ojeras, manos manchadas de sangre, con su pistola en la derecha. Tenía el pelo un poco más largo y, como de costumbre, desordenado. Una barba de más de cinco días se extendía por su rostro y llevaba su típica camiseta negra holgada. Localicé una caja debajo de sus pies con mi nombre y apellido en la tapa y un cuerpo vestido de negro desangrándose al lado de esta.

Aiden entró rápidamente en el piso y me revisó de pies a cabeza. Cuando vio que estaba bien me envolvió en un abrazo precipitado.

No podía pensar con claridad así que no fue hasta pasados unos segundos que le devolví el abrazo, escondiendo mi cabeza en su hombro. Ya ni siquiera podía pensar en lo enfadada que estaba con él. No ahora.

¿Dónde mierdas te has metido, Ashley?

No lo sabía. No sabía bien lo que me esperaba de allí en adelante.

Aprobar los exámenes de este año ya no sería una de mis preocupaciones.

—¿Qué está pasando? – pregunté cuando me separé del abrazo de Aiden.

Vi que tragaba saliva y se pasó una mano por la nuca, pensando.

—Hay que irse – me dijo, evadiendo mi pregunta – ¿Dónde está tu teléfono?

Se lo tendí. Sacó alguna cosa de dentro y volvió a cerrar la tapa. Tiró un chip extraño al suelo y levantó el pie para aplastarlo.

—A ver cómo nos sigues ahora, capullo – dijo Aiden amargamente al chip ya aplastado.

Lo observé mientras se quitaba la chaqueta y me la tendía.

—¿Cuándo me han metido un chip en el móvil? – pregunté.

—No lo sé exactamente – respondió, sincero.

Suspiré cogiendo la chaqueta que me tendía y me la puse rápidamente.

—¿Dónde vamos?

—A un lugar seguro.

Asentí. Sabía que posiblemente Aiden solo quisiera protegerme, pero no podía evitar tener un poco de miedo de él. Dios, mi mente ni siquiera podía procesar lo que estaba sucediendo y responder adecuadamente.

—¿¡Alguien me puede explicar por qué hay un maldito cadáver en la puerta de mi apartamento!? – gritó repentinamente Mike.

Vale, quizá me había olvidado momentáneamente de mis amigos. ¿Qué iba a hacer con ellos?

Aiden no se molestó en mirar a cada uno menos de dos segundos.

—¿Lista? – me preguntó cuando acabé de ponerme su chaqueta – Intenta que no se te vea la cara.

—Espera – dije – No podemos dejarlos aquí.

Aiden me miró confundido.

—¿Por qué no?

—Porque son importantes para mi estabilidad emocional.

—No podemos llevarlos con nosotros – dijo volviendo a su máscara de frialdad.

—¿Por qué?

—Porque no. Y punto.

Me mordí el labio inferior.

—Si ellos no vienen, yo tampoco voy.

Los ojos de Aiden reflejaban furia. Soltó un par de maldiciones antes de mirarme.

—Joder, de acuerdo – dirigió la vista hacia mis amigos para analizarlos.

Creo que Mel se encontraba en estado de shock total. Maya y Mike aún parecía que controlaban su cuerpo. Aiden miró a Maya.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora