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Empujé la puerta pesada del lavabo de mujeres y lo primero que hice fue mirarme al espejo. Estaba un poco roja, pero en general estaba bien.

Me palpé las mejillas, intentando quitar la rojez, pero era imposible. La puerta se abrió a mi derecha y Hope entró con una sonrisa en los labios.

Me mojé la cara con agua fría para refrescarme.

—¿Tienes calor? – me preguntó mientras ella también se refrescaba, acomodándose el pelo azul.

—Demasiada – dije.

—Este sitio es un horror y encima se ha estropeado el aire acondicionado que teníamos para esta sala y ahora hace un bochorno insoportable.

—No te preocupes – le dije.

A pesar de pertenecer a este mundillo de ilegalidades, esta gente era muy simpática, la verdad.

—¿Eres corredora? – pregunté curiosa.

Ella me dedicó una ojeada mientras se secaba la cara y sonrió.

—De vez en cuando – respondió – Solo cuando voy escasa de dinero.

Asentí una vez y me volví a mirar en el espejo. Ya no estaba tan roja, menos mal.

—¿Hace cuánto que conoces a Blake? – me preguntó cuando nuestros ojos se cruzaron a través del espejo.

Tardé unos segundos en caer de que me hablaba de Aiden.

—¿A Aiden? – pensé un poco – Nos conocimos en una fiesta aquí, creo que fue hace un mes o...

—¿Aiden? – me cortó – ¿Cómo...? – se detuvo y formuló otra pregunta —¿Tú lo llamas así?

La miré escéptica unos segundos.

—Es su nombre, ¿no?

—Sí – dijo insegura – Pero nadie le llama así – dijo – Solo de vez en cuando Axel y Wyatt cuando se ponen serios con él – pensó un poco – No deja que nadie lo llame Aiden.

Presentía que todo el mundo solía llamar a Aiden por su apellido, pero no me imaginaba que fuera porque Aiden así lo quisiera, pensaba que era simplemente por respeto hacia él o porque le gustaba más.

¿Le molestaría que yo lo llamara Aiden?

—Por no decir que casi nadie sabe su nombre real – comentó.

Me giré para mirarla a la cara y no había ningún tipo de humor en su rostro. ¿Cómo que casi nadie sabía su nombre?

Carraspeé, intentando recuperar la compostura.

—¿Quién sabe que se llama Aiden? – pregunté.

—Los que estamos en la mesa – dijo.

—¿Solo vosotros?

—Y tú – contestó esbozando una pequeña sonrisa.

Miré hacia el espejo de nuevo. ¿Cómo era posible que solamente cinco personas supieran la existencia de su nombre?

Y yo. Yo también lo sabía. Recordé cómo al principio no quería decirme su nombre, cómo había tenido que insistir para averiguarlo.

—Mira, Ashley – me dijo – No tengo ni idea de qué mierdas le estás haciendo – tomó aire – pero no pares.

Me quedé unos segundos callada. Mi vida se estaba convirtiendo en una telenovela de drama.

Estaba en una discoteca ilegal, en una fiesta ilegal, con corredores de carreras ilegales, hablando con la amiga de un chico el cual solo seis personas en el mundo sabían su nombre. Ese chico era el mismo que siempre llevaba una pistola encima y que aparecía de repente con arañazos y golpes sin ninguna explicación, el que me había confesado su nombre, a pesar de ser menos conocido que un secreto de estado.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora