—Buenos días, juguetito – me sonrió Robin.
—Buenos días – respondí con una sonrisa antes de dirigirme a la cocina.
Dos semanas y tres días habían sido suficientes como para que me acostumbrara a la rutina de este lugar que, lejos de ser una fábrica abandonada con condiciones deplorables, era más como un castillo en el que nos daban de todo.
Toda la comida, totalmente sana, que nos proporcionaban había hecho que adelgazara casi cinco quilos en ese periodo de tiempo.
A mí solo se me permitía desayunar y comer, no me permitían cenar ni merendar.
Las otras chicas eran parecidas a mí y ninguna había hecho lazos fuertes con otra. No éramos amigas, ni siquiera solíamos hablar entre nosotras.
Porque sabíamos que era una pérdida de tiempo hacerlo, al fin y al cabo, nos separarían en menos de un año.
Cada noche tenía pesadillas, pero me esforzaba en poner una sonrisa forzada cada mañana, que era el único momento del día en el que veía a Robin.
Solía encontrarme con algunas chicas cuando me escapaba a medianoche para atacar la cocina. Robin había asegurado que todas debíamos bajar de peso antes de que nos pusiera a trabajar, así que nos esforzábamos en hincharnos para evitar adelgazar.
Las chicas me advirtieron que debía ser cuidadosa porque, si Robin me pillaba, pondría más seguridad y me encerraría en la habitación por las noches.
La primera semana había estado lo que las demás chicas llamaban "período de rebeldía", que según ellas había sido corto en mí.
Me di cuenta más temprano que tarde que no me servía de nada actuar de ese modo.
Cada día era lo mismo, y cada noche también.
Aaron aparecía en mi habitación y hablábamos un rato, menos de una hora.
Las primeras noches no había abierto la boca, pero la segunda sí que pregunté.
—¿Por qué me haces compañía? – había murmurado.
—Ya te dije que lo sentía, Ash.
Yo había apretado los labios con duda.
—Quiero ganarme tu amistad de nuevo. Quiero que sepas que estoy contigo – me había asegurado – No estás sola en esto y no quiero que te vuelvas loca y te pierdas a ti misma si dejas de expresarte.
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—¿Por qué empezaste a trabajar para Robin? – le había preguntado la cuarta noche.
—Por ti. Todo en mi vida era vengarme de ti, ¿sabes? – había dicho con la vista clavada en mi ventana con barrotes – Era mi único objetivo.
—¿Lo sigue siendo?
Había negado lentamente con la cabeza y había estirado el cuello para mostrarme sus ojos castaños brillantes.
—Entonces... ¿por qué sigues aquí?
Y entonces había sonreído, realmente divertido.
—No es tan sencillo salir del mundo de Robin, Ash.
Yo había apretado los labios, apoyando la espalda en los cojines.
—Y no voy a dejarte sola cómo lo hice cuando estabas con Max – murmuró.
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No podía pensar. No podía sentir. No podía ver bien. No podía escuchar correctamente.
Y volví a cerrar los ojos antes de caer en un sueño profundo que estuvo repleto de pesadillas.
Había destrozado a la persona que quería.
Que quiero.
Lo quería y no me había atrevido a decírselo porque no estaba segura de ello. Porque me daba miedo a admitirlo en voz alta. Me daba miedo asegurar que había vuelto a caer en esa droga llamada amor.
Y no podía estar más arrepentida por ello, porque quizá no tendría oportunidad de decírselo nunca.
Pero cuando mis ojos se abrieron y miré por la ventana, a la oscura noche, tomé una decisión.
Estaba encarcelada y en menos de unos meses sería prostituida para, de aquí un año, pasar a la venta, pero no iba a dejar que eso sucediera.
Saldría de aquí de alguna manera.
O al menos lucharía con todas mis fuerzas para hacerlo.
Porque necesitaba ser libre, poder hablar de mis sentimientos sin necesidad de tener miedo.
Y, si había la más mínima posibilidad de que consiguiera escaparme antes de que fuera demasiado tarde, lo conseguiría.
Porque, a pesar de que ahora mismo estuviera destrozada, renacería de mis cenizas más fuerte que nunca.
Me daba igual a quién tuviera que matar para hacerlo.
Casi me estremecí ante mi propia frialdad, pero sabía que no había otra salida.
Porque si quería salir de aquí, debía matar a personas. Personas quizá inocentes.
Y apretaría el gatillo sin que me temblara el pulso.
Porque yo misma me había privado de mi felicidad durante demasiado tiempo y no dejaría que nadie me privara de ello nunca más.
Ni siquiera un magnate del tráfico de personas.
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Este no es el final de la historia, tenéis el prólogo del segundo libro en mi perfil para poder añadirlo a vuestra biblioteca.
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Sirimiri entre cicatrices
RomanceBIOLOGÍA LLUVIA DE BALAS 1🌧 Ashley Harper dejó de creer en el amor tiempo atrás. Este solo le había traído desgracias y pesadillas que aún no había sido capaz de superar. Aiden Blake esta lejos de ser un chico normal. Vive rodeado de pistolas desde...