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Cassie

—¡Para!

—¡Para tú!

Reí mientras mis manos se cernían sobre el plato de comida y yo, con mis escasos seis años, le tiré unos cuantos espaguetis a la cara.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero acabó esbozando una sonrisa.

—¡Te vas a comer el postre! – gritó riendo.

Y así alargó las manos para coger la plata dónde venía siempre el postre.

Era miércoles, así que tocaban fresas con nata.

Nuestro postre favorito.

Y decidió, sabiamente, coger una buena porción de nata y esparcirla por toda mi cara.

Cuando se alejó de mí reí mientras intentaba buscarlo con la mirada para vengarme.

Pero ya no estaba.

Ni siquiera yo estaba dónde estaba hacía unos segundos.

Era la misma habitación, pero esta vez un líquido rojo cubría algunas paredes y parte del suelo y era de noche.

La única luz que tenía era la escasa que proporcionaba la luna desde las ventanas.

Me encogí y me abracé las piernas mientras lo buscaba con los ojos antes de que un escalofrío recorriera mi cuerpo.

Lo llamé, pero nadie respondió.

Llamé también a mi padre y a mi madre, pero tampoco obtuve respuesta.

Así que me obligué a levantarme y acercarme al gran ventanal.

Escalé hasta poder ver bien el exterior y allí estaba.

Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios. Simplemente verlo un calor se extendió en mi interior y una sensación de seguridad me envolvió.

Pero no duró mucho.

Toqué el cristal unas cuantas veces, intentando llamar su atención, pero no me vio.

Murmuré su nombre.

Ni siquiera miró en mi dirección.

Una sensación de horrible temor me recorrió completa y grité su nombre repetidas veces, intentando que me mirara.

Pero no sirvió de nada.

Y yo sentí que la habitación se hacía cada vez más pequeña y oscura mientras empezaba a llorar descontroladamente y a golpear el cristal.

Y ya no estaba en la habitación.

De repente estaba en la cocina mientras preguntaba a papá por él.

Pero no me contestó.

Y también me dijo que no volviera a hablar de él.

No lo entendí, así que volví a preguntar.

—¡Cállate! – grito, haciendo que me encogiera —¡No quiero volver a escuchar su puto nombre!

Y mordí mi labio mientras salía corriendo con lágrimas mojando mis mejillas para ir escaleras arriba.

Busqué a mamá, pero no la encontré.

Estaría trabajando.

Una mano grande me retuvo.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora