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Aiden

Estás haciendo lo correcto, es por su bien.

Estás haciendo lo correcto, es por su bien.

Estás haciendo lo corre...

—¡Mierda!

Tiré todo lo que tenía en las manos al suelo de un golpe y miré a mi alrededor, intentando buscar algo que tirar y romper.

O algo con lo que golpearme la puta cabeza.

Subí las escaleras de dos en dos, pisando fuerte, y cuando llegué al segundo piso una puerta se abrió.

Me detuve cuando un Mike medio vestido se paró en la puerta. Detrás de él se asomaba la cabeza de Mel, y podría apostar que tampoco iba completamente vestida.

—Ei, tío, ¿estás...?

—Estoy perfectamente – aseguré.

Antes de darle oportunidad de volver a preguntar, empecé a subir las escaleras hacia mi habitación.

Cerré de un portazo y me pasé las manos por la cara.

Di un par de vueltas por la habitación y, de repente, supe qué hacer.

Me vestí lo más rápido que pude y, justo cuando estaba a punto de terminar, Ashley entró en la habitación despacio.

—¿Aiden? – murmuró.

No respondí mientras acababa de ponerme la camiseta y pasé por su lado, pero me detuvo de la muñeca.

—Habla conmigo, por favor.

—No quiero hablar de nada.

—¿Quieres estar solo?

Asentí y estuve a punto de volver a caminar cuando habló, dando un paso hacia mí.

—No te encierres en ti mismo – dijo suavemente –, ¿vale?

Apreté los labios mientras asentía lentamente y noté que dejaba un beso en mi espalda y me soltaba la muñeca.

Tras inspirar, retomé mi camino hacia el gimnasio.

No me encontré a nadie durante el trayecto, cosa que agradecí bastante, y cuando llegué no tardé en ponerme a golpear el saco de boxeo imaginándome la cara de Robin en él.

La tensión no abandonaba mis hombros en ningún momento, y me daba la sensación de que con cada golpe mi furia aumentaba.

Tragué saliva.

—Ven conmigo, vamos a jugar – me dijo al oído acariciando mi pequeña mano.

—¿Podemos jugar con Cas? – pregunté, ilusionado.

—No, no – me susurró, como si fuera un secreto – Vamos a jugar tu y yo al mismo juego de ayer, ¿sí?

—Pero...no me apetece jugar a eso – dije lentamente, con miedo.

—¿Por qué no? ¿No te lo pasaste bien? Fue divertido.

Una sonrisa se dibujó en sus labios y yo negué con la cabeza repetidas veces mientras intentaba alejarme, pero estaba agarrándome y era imposible que pudiera soltarme.

—Venga, será mejor que la última vez – dijo arrastrándome hacia la habitación mientras yo trataba, inútilmente, de soltarme.

—No...no quiero – dije con los ojos mojados.

—Todos los niños mayores hacen esto – me miró unos segundos —¿no quieres ser un niño mayor?

Apreté los labios mientras una lágrima salada bajaba por mi mejilla derecha.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora