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Cuando capté olor a marihuana mientras estaba bailando con Hope a pasos de mí y pasándolo bien sentí una punzada en el pecho al revivir unos recuerdos oscuros y me aparté rápidamente de la pista de baile y de mi amiga, que ni siquiera notó mi incomodidad. Me acerqué a la barra, tratando de calmar mi mente y alejar los recuerdos que me golpeaban como agujas.

—Te he dicho que no...

¡Cállate! – gritó él con la cara enrojecida y los puños apretados a los lados.

Por instinto y experiencia di un paso atrás. Sus ojos me miraron y soltó una risa agria que me revolvió el estómago.

Era experto en revolverme el estómago y llenarlo de murciélagos oscuros.

Qué irónico que hubiera sido él también quién lo llenaba de mariposas.

—¿Crees que te voy a pegar? – inquirió.

—Yo...no...

—No, no, no – dijo cambiando repentinamente de expresión y acercándose con las manos en alto en señal de paz y con un gesto de culpabilidad.

Sentí que mis ojos no eran capaces de retener más y una lágrima salada surcó mi mejilla mientras, poco a poco, más las seguían. El joven me puso las manos en los hombros y me abrazó fuertemente.

—Te prometí que no volvería a pasar – me dijo – Te lo prometí – repitió.

No pude evitar un sollozo y sus brazos me abrazaron con más fuerza.

—Abrázame – me dijo.

No me moví en unos segundos y cuando noté que sus músculos se tensaban lo envolví con mis brazos apresuradamente y aspiré el olor tan repugnante a droga que emanaba.

Sus músculos se relajaron y se alejó de mí para pasar uno de sus pulgares por mi mejilla y secar una lágrima.

—Te quiero – me dijo, como siempre hacía – Te quiero muchísimo. Eres lo más importante de mi vida.

Tragué saliva e intenté convencerme de que sus palabras eran reales, de que realmente me amaba.

Y quizá lo hacía, pero su manera de amarme era demasiado destructiva.

Demasiado dolorosa.

Pero no hubiera hecho lo que había hecho la noche anterior si me amara realmente.

—Yo también te quiero – dije mecánicamente.

En cambio, esa vez no intenté convencerme de que las palabras que pronunciaban mis labios eran reales. Sabía que no lo eran, por mucho que yo hubiera intentado que lo fueran.

Volví a la realidad mientras mis ojos empezaban a cristalizarse. Sacudí la cabeza e inspiré varias veces para tratar de calmarme.

Eso había sido como un vaso de agua helada. Abrí los ojos cuando una mano tocó la mía, que estaba apoyada en la barra.

—¿Estás bien? – me preguntó Aiden mientras analizaba mi expresión detenidamente.

—¿Ai... —me detuve antes de decir su nombre completo, recordando que prácticamente nadie lo sabía – ¿qué haces aquí?

Su mirada, que volvía a ser fría, me recorrió por completo antes de entreabrir los labios y responder.

—Solo es que... —pensó en lo que iba a decir —...he tenido una sensación.

Sirimiri entre cicatrices Donde viven las historias. Descúbrelo ahora