"Son las seis con cero minutos"
"Son las seis con cero minutos"
Escucho un murmullo.
Ah, ya sé lo que es, tengo que apagarla.
No, no, no quiero levantarme, no dormí bien por culpa de mi amigo que se la pasó en un encuentro casual lleno de gemidos que no me dejaron descansar. No me quiero mover.
Mientras pienso en mi dilema, escucho unos pasos que seguramente son de Rogelio.
—Apaga la alarma —me dice abriendo la puerta y entrando sin mi consentimiento a mi cuarto.
Es un útil truco que hace que me levante para no seguir durmiendo, pero hoy no sirvió.
—Rogelio, déjame dormir, por tu culpa no descansé y tengo sueño. Ni siquiera tengo ánimo de insultarte y pegarte —decía mientras me tapaba con las cobijas.
El infeliz me la arrebató para dirigirse a abrir las cortinas.
¡Pero qué sorpresa, está lloviendo!
Si no estuviera con sueño y no fuera lunes, sería un hermoso día.
—Hoy es un hermoso amanecer, el sol nos brinda su resplandeciente esplendor en toda su gloria.
—Rogelio, deja de decir estupideces, está lloviendo y hace frío.
—Paula, deja de ser tan amargada, ve el lado positivo de este día. —Con esa cara de dramático, me da unas ganas de darle unos cuantos golpes en plena cara al bonito este.
—Ya sé que estás pensando. ¿Me quieres golpear verdad? —¡Qué comes, que adivinas!
—¡¿Yo?! No, soy tu mejor amiga, ¿cómo puedo hacerte eso? —le preguntaba mientras cogía una almohada lista para darle en toda la cara.
—Ya, tranquilízate, sé que amaneciste de malas, pero tenemos que ir a trabajar. —El muy señor Don Juan me lo dice dando un paso hacia atrás para poder escapar.
—No te muevas, cobarde, que si lo haces te va a doler más de lo que piensas.
Y antes de poderle dar con la almohada, se escapó cerrando la puerta de mi habitación, en ello escucho una risa y sé lo que significa eso, tenemos visitas y para mí, no son nada agradables tenerlas.
¿Por qué soy yo las que tengo que deshacerme de ellas?
—¡Ya está listo el desayuno, ven a comer! —me grita mientras sigue riendo.
Aquí vamos con el estupendo día por comenzar.
Bien, comencemos haciendo una lista mental de lo que tengo que hacer. Primero, deshacerme de la chica que seguramente está semidesnuda por la cocina.
¡Puf! Que nefasto.
Son tan gritonas esas mujeres, saben que son de una sola noche y se ponen tan dramáticas como si de verdad les doliera.
Segundo, ir al trabajo y soportar al odioso, egocéntrico que se cree el rey del mundo derrochando su aura de frialdad y maldad para soportarlo más de ocho horas diarias. Sí, por poco me quita mis días de descanso; y luego regresar a la casa con mi mejor amigo para de nuevo repetir la rutina, lo bueno es que lo primero de la lista solo sucede los lunes.
Mientras me encaminaba a la cocina, pasó una rubia de unos veintitrés a veinticinco años trayendo simplemente una camisa blanca y al percatarse de mi presencia me miró con frialdad.
—¿Quién es esta tipa? —Me señaló y me mostró una cara de desagrado.
Sé que soy muy descuidada en el aspecto de mi apariencia, pero qué esperaba si recién me levanto y no con el mayor ánimo.
—Es una amiga muy íntima —responde Rogelio, en lo que la chica le regresa a ver.
Aquí comienza el espectáculo.
—Aquí la verdadera pregunta es, ¿quién eres tú? O no, no me respondas, seguramente eres otra de las tantas que vienen, creo que eres la número veinticinco. Vaya récord en este mes Rogelio, el otro mes supongo que fueron trece si mal no recuerdo.
—Te equivocas, no fueron veinticinco, algunas son amigas con derecho a roce, por eso solo fueron catorce este mes. Que mal cuentas, Paula. —Quiero reírme; sin embargo, debo mantener mi papel.
Por lo que veo lo estamos haciendo muy bien porque la rubia se está enojando, solo falta que...
«¡BUM!»
Se escuchó un sonido muy fuerte de la cachetada que la rubia le daba a mi amigo, bueno, vino antes de lo pensado, pero que importa, ahora solo falta los insultos.
—Eres un desgraciado, mal nacido y tú no te quedas atrás perra. —Sabía que no podían faltar los insultos a mi persona.
—Querida, no soy una perra como tú, primeramente, no soy tu reflejo y segundo sabes muy bien que acostarte con el primero que encuentras en una discoteca, es y siempre será una aventura de una noche, así que no vengas a querer defender tu dignidad cuando la mandaste por el retrete para acostarte con este tipo. Por lo tanto, si quieres mantener un poco de tu orgullo, es mejor que te vayas —le hablé con toda la calma posible para abrirle la puerta.
—Esto no se queda así. —Como si no hubiera escuchado esa amenaza antes.
—No eres la primera en decir eso, así que ponte a la cola de las demás ex aventuras de una sola noche para cumplir tus amenazas. —Ella simplemente recogió sus cosas cerrando la puerta violentamente.
—Rogelio, sé que te rompieron el corazón, pero deja de utilizarme como tu maldito escudo para poder deshacerte de ellas. —En serio, espero que llegue alguien que le haga dejar esta vida de mujeriego.
—Sé que te enoja que pase esto, sin embargo, no es para tanto. —Será imbécil.
—¡Bien! ¿Sabes que? Has lo que quieras, pero cuando llegue ella o él que te cambien, no vendrás llorando con la cola entre las patas porque no se acepta.
—Dudo que llegue ella... Espera, ¿dijiste él? ¡¿Estás loca?! No soy gay. —Es lindo ver como se enoja cuando le expreso mi opinión de que es posiblemente homosexual, no puede decir otra cosa como estás "loca".
—Estoy convencida de que... —Iba a seguir la discusión, hasta que mi vista se fijó en el reloj que tenemos en la cocina—, ¡siete y treinta! —grité.
—¿Qué?
—¡Rogelio son las siete y treinta, y entramos al trabajo a las ocho y quince! —Al comprender lo que estoy diciendo, puso cara de horror.
—¡Joder, muévete en cambiarte!
—¿A mí me dices? Sí, tú eres él que se demora en cambiarse. ¡Eres peor que una mujer! —gritaba en medio de mi corrida a mi dormitorio para cambiarme.
Después de quince minutos ya estaba cambiada con mi uniforme de trabajo y se puede decir peinada, aunque solo me zafé el cabello. Bien que me bañé ayer en la noche.
—Rogelio muévete, ¿qué tanto maquillaje te estás poniendo? —hablaba arrimada en la puerta de su cuarto—. Me voy a ir sin ti.
—¡Espera! Que este papacito tiene que salir radiante para las mujeres hermosas.
—No sé si decirte idiota, estúpido o tarado. ¿Cuál prefieres? —Un poco de diversión antes de entrar a la cárcel, porque sí, es un infierno estar ahí, en especial cuando eres la secretaria del dueño y jefe de la empresa, él no pide, exige, ni siquiera dice «por favor».
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Soy la esposa de mi jefe ©
Любовные романыPaula ve una escena nada agradable de su mejor amigo teniendo sexo con la novia de su jefe, en la oficina del último piso y para no meterse en problemas, se hace de la vista gorda dirigiéndose a su escritorio para retirar su celular, en su transcurs...