》CAPÍTULO 43《

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-¿Qué te sucede? -preguntó mi esposa con deje de susto en su voz.

Volteé la cabeza, ya que estaba boca abajo sobre la cama y la vi acercarse con preocupación.

-Me duele un poco la espalda, solo es eso. Estuve siete horas en una silla.

Debía seguir los asuntos restantes sobre la empresa para descansar realmente las vacaciones, y más que a las cuatro de la madrugada salíamos a San Francisco, el hogar donde nació mi esposa. No quería que nada me interrumpiera luego, por eso después de estar con ella y darme una relajante ducha, volví a encerrarme en mi despacho.

-¿Quieres un masaje?

-Te lo agradecería. -Sonaba muy bien la idea.

Quité mi camisa y la dejé a los pies. Me recosté nuevamente, sentí las suaves manos de ella, pero al instante giré mi cabeza frunciendo mis cejas.

-Debes subirte en mi espalda, preciosa.

-Pero te haré daño.

-Debes hacerlo o lo harás mal. No te preocupes, no me harás daño.

Solo quería tenerla encima de mí, la sensación era indescriptible.

-¿Te habían dicho que eres muy caprichoso?

-Lo sé, pero nadie se ha atrevido a decírmelo. Al menos hasta ahora.

Eso era lo que me gustaba de ella. A veces era muy directa.

-Siempre hay una primera vez.

Subió encima de mi espalda y comenzó a masajear esta. Me dediqué a relajarme, todo iba bien hasta que comenzó a moverse sobre mi espalda baja, noté que lo hacía sin intención alguna, solo buscaba una postura cómoda. Aunque a mí sí me calentó.

Mi instinto natural masculino se encendió como sensores y como pude me di vuelta tratando que ella no se apartara dándome espacio a mí. Lo que menos quería era que se bajara. Quedando ahora frente a frente, noté su cara de inquietud.

-¿Tan mal lo estaba haciendo?

-Al contrario, pequeña. -Atraje su cara tomándola de sus mejillas para acercarla a la mía, quedando curvada sobre mí-. Tan bien lo hiciste que me la pusiste dura -susurré.

-¡Alessandro! -reclamó con gracia y sus mejillas enrojecidas.

Se apartó, no sin antes darme un leve golpe en el pecho. Volviendo a quedar derecha y con la cabeza ladeada.

-Deberías estar feliz, no cualquier mujer pudo hacer eso -comenté sobando su vientre perfecto para que algún día albergara mi legado.

Pensé que con Ethan sería suficiente, pero al parecer no fue así. Por mí, me pondría a fabricar en este preciso momento a nuestro hijo, sería hermoso sabiendo que tendría los preciosos rasgos de su madre. Apartando mis anhelados deseos, sé que ella no está del todo preparada para esa responsabilidad.

Y la entiendo, todavía es joven y tiene sed de experimentar cosas nuevas, no como yo, que ya tengo una vida mucha más transitada. Sumándole la experiencia de tener un hijo y lo que conlleva eso.

Salí de mi trance cuando volvió a moverse sobre mi entrepierna. Sostuve sus caderas, apretándolas para que parase.

-No querrás seguir haciendo eso, a menos que quieras cabalgarme. -Levantó sus cejas y entreabrió sus labios.

Me imaginé la mejor escena cuando hizo eso.

-¿Te ayudo? -inquirió mirando mi abultado pantalón.

No había notado que tenía los ojos cerrados fantaseando con ella, y menos que se había movido más atrás dejando a la vista mi bulto.

Soy la esposa de mi jefe ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora