¡Alessandro Reyes!
¡Corre por tu vida, maldita sabandija, porque de esta no te me salvas!
Luego de salir del ascensor, casi comencé a correr para llegar a su cueva. Al llegar pegué un portazo a la puerta, lo sé, no tiene nada que ver, pero con el coraje que traigo entre mis venas tengo ganas de romper todo a mi paso.
¡Oh, verlo, ya me dio ganas de hacerle añicos sus testículos!
Y encima me miraba con cara de perrito zalamero.
—¿Y a ti qué te sucede? ¿Cuál es tu problema?
—¡Mi problema es que te metes donde no te llaman! ¡Esté es mi maldito problema! —le gritaba mientras le lanzaba a su escritorio el papel.
—Te he dicho que no me grites, Paula —me dijo con su cara de matón y luego tomó el papel—. ¿Qué te causa tanta molestia? —espetaba neutral.
—¡¿Y encima me lo preguntas?! ¡No tenías ningún derecho a saldar mis deudas y las de mi familia! —le exclamaba enfadada, cruzada de brazos.
—Claro que lo tenía, no sé si recuerdas que ahora, estás casada conmigo y toda deuda que te pertenecía, pues pasaba para ambos.
¡Me cago en las farolas que alumbran las tumbas de todos tus muertos!
—Y ya que tengo un perfil bastante alto que sostener, no puedo permitir que salga a la luz las deudas por parte de mi esposa. ¿Ahora entiendes o te lo explico con manzanitas?
—De igual forma, debiste consultarme o al menos decirme. Son mis deudas y quieras o no, era yo quien las estaba asumiendo. Por eso trabajaba, ¿no es así?
—¿Para qué decirte? Te hubieras negado y hubiese sido una pérdida de tiempo, sí el resultado sería el mismo.
—¡Eres imposible!
—¡¿Yo?! ¿O tú que entras como una loca azotando la puerta? Ten más respeto, Paula.
¡Me tiene hasta las narices este cabrón!
—¿Qué carajos te pasa? —Creo que le alcé un poco demás la voz. Sí, su cara roja no me gustaba para nada. Pero ya no me detenía nada, debía aprovechar mi brote de adrenalina.
—Paula, tu vocabul...
—No me vengas con eso. ¡Vamos! ¿Dime qué te pasa? ¡Vienes de días así, no se te puede hablar y la única vez que tuvimos un poco de comunicación fue cuando llegaste borracho! —Los nervios me estaban alterando demasiado, tuve que girar y tomar algunas respiraciones o lo estrangulaba en ese mismo instante.
Este es mi límite, quiero mi vida de vuelta. Me harté y ni siquiera llevamos un estúpido mes.
—¿Terminaste? —Lo miraba furiosa y enterrándolo tres metros bajo tierra.
—¡¿Crees que es un juego?! ¡¿Piensas que yo ya no estoy cansada siempre de tratar de que no te enojes o no cometer un "error"?! —gritaba haciendo comillas con los dedos—. Nunca debí acceder a esta maldita locura...
—Cállate, Paula...
—¡No me callo, como las ves! ¿Te molesta que te diga la verdad? ¡Pues claro como al señorito divo perfecto siempre hay que cumplirle sus caprichos y que los demás se jodan!
—Lo digo en serio, Paula. Deja de...
—¿De hablar? ¡¿o si no qué?! ¡¿qué harás, me amedrentarás?!
—¡Cállate, Paula, de una maldita vez! —me gritó lanzando la taza y unos papeles al suelo, cerca de mí, haciendo que me sobresalte y que pegara un grito— ¡Maldita sea! ¡Ya, cállate!
ESTÁS LEYENDO
Soy la esposa de mi jefe ©
RomancePaula ve una escena nada agradable de su mejor amigo teniendo sexo con la novia de su jefe, en la oficina del último piso y para no meterse en problemas, se hace de la vista gorda dirigiéndose a su escritorio para retirar su celular, en su transcurs...