Al bajar se centró en mi pecho izquierdo, dejando besos, lamidas, hasta que llegó a mi pezón y succionó de mi brote endurecido. Raspó con suavidad el trozo de piel causándome un estremecimiento.
Era una mezcla de acciones que alertaban mis sensores de la mejor manera.
—Ah... —Un tenue gemido escapó involuntariamente.
—Eres tan suave —murmuró excitado mientras sus manos se clavaban en mis caderas para que luego mi otro seno se colara en su boca.
—S-se siente tan extraño... ohm... m-me gusta...
Sin pensarlo tomé con mis manos las hebras castañas impidiendo que se apartara.
Siguió jugando con mi botón rosado unos segundos más para luego comenzar a bajar por mi abdomen y quedarse mirando la boca de mi estómago. Con mi respiración hecha un desastre lo miré esperando una acción.
—Este estúpido lunar será mi obsesión.
No entendí a que se refería y hasta que dio un beso en ese lugar específico, mi mente se aclaró y recordé que tenía un lunar un poco más arriba de mi ombligo.
Lo siento, estoy en una nube de deliciosos postres.
Reí en conjunto con los nervios y volvió a su labor, bajando por todo mi vientre, besándolo y succionando. Hasta que llegó a mi entrepierna húmeda. Dejó un peso sobre mi pubis y le siguió por el interior mi pierna derecha. Hizo lo mismo con la otra con el fin de terminar de lleno en mi intimidad.
Lo miré nublada de deseo y calentura.
—¿Qué... harás? —Mi voz salió agitada.
—Disfrutar lo que nadie ha podido —dijo mirándome.
Sin verlo venir rompió mis bragas provocando que me asustara.
—¡Oye! Eran lindas —me quejé.
—Te compraré cuantas quieras, como también terminarán rotas.
Terminó de sacar la tela restante y con gentileza daba pequeños besos húmedos sobre mis pliegues. Tapé rápidamente mi boca para no liberar un clamor fervoroso.
—No te tapes, Paula. Quiero escuchar tus excitantes gemidos por mí.
—Pero... nos escucharán los empleados.
—No, hoy es su día de descanso. Gime y grita todo lo que quieras, bonita.
Terminó de decirlo cuando con su boca empezó a lamer y succionar todo a su paso.
—¡Ah!... Dios... —gemía mientras arqueaba la espalda.
Lo hizo despacio al principio, pero al ir pasando los segundos aumentó la rapidez en sus movimientos.
—Joder... sí...
—Eso, gime.
Me tomó de las caderas con fuerza para que las levantara más a su cara y cuando un extraño calor surgía desde adentro, acumulando mi sangre contra mi piel, dejándome hirviendo, apreté con fuerza las sabanas. Hasta que llegué a un punto muy alto y ahí es cuando sentí una liberación de presión en mi cuerpo, extraordinario que involuntariamente grité sin poderlo contener.
—¡Ah!
—Sabes tan bien —comentó cuando se alzó un poco y me miró sonriente.
Su boca volvió a mí y probamos ambos de mis fluidos.
«E increíblemente, no me dio asco.»
Ya no era un beso tan suave, sino un poco más salvaje. Se quitó su camiseta y siguió con su pantalón, sin cortar el beso.
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Soy la esposa de mi jefe ©
RomancePaula ve una escena nada agradable de su mejor amigo teniendo sexo con la novia de su jefe, en la oficina del último piso y para no meterse en problemas, se hace de la vista gorda dirigiéndose a su escritorio para retirar su celular, en su transcurs...