Se supone que esto no es para nada normal, pero tenía una extraña sensación cosquillearme todo mi cuerpo.
Caminé observando cada parte todavía en shock.
Era un cuarto medianamente pequeño, alfombrado de un terciopelo color rojo en conjunto de algunas partes del diseño de la pared, lo demás todo en negro, en el centro había una isla rectangular de mármol, la pared que estaba enfrente de mí con la de atrás y la del lado derecho estaban con estantes con juguetes sexuales de todo tipo, lencería erótica y unos cuantos aceites y geles.
Y la última pared del lado izquierdo que daba al fondo tenía colgados látigos, entre otras cosas parecidas que no sabía cómo se llamaban. Para completar la cerecita del postre, había varias sillas sexuales, algunas colgaban y se encontraban al lado de la isla.
Mis ojos no podían creer lo que veían.
Mi mirada se clavó en una silla parecida a las que usan los ginecólogos.
—Dicen que una mujer, por más santa que sea, se vuelve traviesa en las manos correctas —susurró en mi oído y di un brinco porque no vi cuando se había acercado a mí.
Mi respiración se volvió agitada y él lo notó.
—A todas las mujeres que trajiste aquí le dijiste lo mismo. —Tenía que recuperarme rápido.
—Eres a la única que traigo aquí. —Aún no se despegaba de mí y yo tampoco lo podía hacer. Era como si estuviera anclada al piso y en serio detestaba que provocara esto en mí.
Se me complicó más cuando me sujetó por las caderas pegándome por completo a él.
«Ahora si te jodiste.»
—¿Quieres probarla? —¿A qué se refiere?
«A la silla grandísima, estúpida.»
«Di que sí, di que sí, di que sí, por favor.»
—Solo si tú quieres.
Giré mi cabeza y al mirarlo su mirada estaba brillosa, con las pupilas dilatadas, sumándole que tenía la respiración agitada al igual que yo.
—¿Hay posibilidad que Ethan nos escuche? —Sí, eso salió de mi boca. Pero debía admitirlo; estaba excitada.
—No, cariño. —Sonrió lujurioso—. Y hay una alarma que me avisa si alguien se acerca.
Como no, el gran Alessandro Reyes siempre estaba preparado.
No lo pensé ni un segundo más y me lancé a sus labios rojizos, me giró tan rápido que me mareé, su entrepierna quedó tan pegado a mi vientre bajo que sentía la erección que ya tenía.
Sin dejar de besarme me hizo caminar hacia atrás hasta dejarme recostada en el asiento y ahí se separó de mí. Nuestras respiraciones estaban frenéticas, la excitación y la tensión que cargábamos se transmitía por todo el cuarto.
Tomó mis piernas y las dejó en los apoya pies, atándolos a esta con suma precisión, delicadeza y lentitud. Mi entrepierna palpitaba conforme pasaba en tiempo. Esta posición me dejaba aún más mojada por mis pensamientos obscenos, culpa de este hombre. Automáticamente, mi lengua recorrió mis labios y atraje un jadeo de su parte. Mi corazón latía desbocado, sentía en todo mi cuerpo un hormigueo intenso mientras él se quitaba su camiseta y dejaba su tórax al desnudo.
Tomó la parte baja del blusón que traía y la quitó, dejando al descubierto mis pechos al desnudo, quedándome únicamente con las bragas de algodón. Su mirada recorrió cada centímetro de mi cuerpo mientras relamía sus labios. Mis pezones se encontraban ya endurecidos, pero con su mirada fue peor.
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Soy la esposa de mi jefe ©
RomancePaula ve una escena nada agradable de su mejor amigo teniendo sexo con la novia de su jefe, en la oficina del último piso y para no meterse en problemas, se hace de la vista gorda dirigiéndose a su escritorio para retirar su celular, en su transcurs...