》CAPÍTULO 25《

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Hace unos diez minutos que había despertado y todo ese tiempo me lo llevé pensando en lo que pasó hace unas horas. Estaba procesando toda la información que había recolectado mi cerebro.

En primero, el jefe supremo se había emborrachado. Segundo, se comportó ¿extraño?, ¿raro?, ¿amoroso?, ¿tierno?, ¡¿humano?!

No lo sé, en fin, lo que sí sé es que conocí una nueva faceta de él, en la cual me dejó enmudecida. Y tercero, ¡yo lo ayudé!, no solamente a bañarse, prácticamente, sino también le correspondí y no objete a sus ¿caricias? Podría decirse.

No, pues, imagínense todo eso en un flashback en mi cabeza. Ya no entiendo más nada. Cada día es una odisea nueva para mí y eso me da terror. Además, que me genera ansiedad y pánico porque ya no sé qué esperarme de este famoso personaje a mi lado llamándose jefe/esposo.

Literal, estoy en una estúpida nube asimilando lo ocurrido. Y ya sé que tal vez estoy siendo una dramática, pero todo esto no es normal con el concepto que tengo de mí "esposito".

Salgo de mi ensoñación cuando él se remueve y se pone en posición fetal para mi lado. Y no puedo evitar detallarlo más en profundidad.

Es lindo el condenado. Su rostro muestra masculinidad por donde lo mires, con una mandíbula cuadrada pero no exagerada y su barba muy bien perfilada de apenas unos días. Sus pestañas largas y medias en curvadas, sus cejas no tan pobladas y castañas como el color de su pelo que está enmarañado, dándole ese toque sexy.

Bajo la mirada por su cuello hasta llegar a sus brazos, ¡y síp!, están muy trabajados como los sentí por primera vez. Y lo peor de todo que yo tengo una pequeña debilidad, las malditas venas que se le marcan en sus manos varoniles son la gloria.

Bien, Paula. Es suficiente por hoy. Ya tomaste su radiografía, vuelve a la realidad antes de que él se despierte y se ría de ti por estar observándolo como una loca.

Así lo hago, así que me levanto con cuidado y busco en el closet un jeans holgados con una blusa para luego meterme al baño y así darme una ducha relajante por unos minutos.

Al terminar me seco y me pongo la ropa, hago mis necesidades y cepillo mis dientes para el final. Dejo mi pelo suelto y lo seco un poco con la toalla mientras salgo con ella para dejarla en el cesto de ropa sucia.

¡Oh por Dios! ¡La Conchinchina madre!

—¡Oh, Jesús! ¡Vístase, por favor! —alcé la voz mientras me giraba dándole la espalda porque mi jefe estaba como Dios lo trajo al mundo asiendo no sé qué.

Su risotada perfecta y penetrante me ponía más histérica y roja.

«Claro, búrlate de mí, maldito.»

—¿Cuál es la gracia? —pregunté tajante.

—Lo roja que estás. —Y se seguía riendo sin pudor alguno. Creo que me haré adicta a su voz ronca.

—¡Uy, que gracia! Déjese de payasadas y vístase.

—Listo, le concedí su petición, por ahora.

Al girarme ya tenía puesto un pantalón de jeans negro y camiseta gris.

—¿Cómo te encuentras? —No entiendo por qué lo tuteo y luego le hablo de usted. No se me va la costumbre, supongo.

—Con algo de resaca, pero no tan fuerte. —Y aquí, señoras y señores, aparece el hombre serio, misterioso y mal agestado que es.

—¿Tienes hambre? —Asiente metiéndose en el closet—. Entonces iré a preparar el desayuno.

—Bien.

Soy la esposa de mi jefe ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora