》CAPÍTULO 4《

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Estoy sumamente incómoda, mi jefe está sentado a mi derecha y su hijo a la izquierda. Y para rematar el silencio que se produce es sumamente incómodo. No sé por qué rayos, me subí al auto, pero cuando lo hice el hijo del jefe comenzó a llorar, en otras palabras, hacer una rabieta, yo me quedé quieta, no sabía cómo reaccionar hasta que me asusté con el grito de mi jefe: «Ethan cállate, no estoy para tus rabietas».

Todos nos quedamos en estatuas cuando gritó. Desde ese momento estamos en silencio, Ethan está llorando aún, pero en silencio, ya no grita como antes y mi jefe está enojado, se le nota por la vena que sobresale de su frente, pero simplemente mira la ventana. En conclusión, estoy en la mitad y para rematar Rogelio me comenzó a mandar mensajes.

Silenciosamente, saqué el celular para poder hacer que deje de mandarme mensajes.

De Rogelio:

Paula, ¿ya llegaste al trabajo?

Paula, ¿qué paso? ¿Ya te despidieron o qué?

Contesta.

Contesta.

Para Rogelio:

Aún no.

De Rogelio:

¿Cómo que aún no?

Yo te dije que no seas tan pesimista, no te van a despedir por lo de anoche.

Para Rogelio:

Rogelio ahora no tengo tiempo de estarte contestando los mensajes, después hablamos.

De Rogelio:

¿Por qué no ahora?

Yo quiero respuestas, no me dejes con la duda.


Olvidé que Rogelio es como una vieja chismosa, así que apagué el teléfono porque si no le contesto comenzará a llamarme. En eso sí me preocupa, si no se entera de absolutamente de todo no es él. Como en el trabajo coqueteaba con todas las mujeres de la empresa se enteraba de muchas cosas y él como buen amigo me contaba todas. Así era como yo sabía de todos los empleados sin la necesidad de hacer amistades y mostrarme ante los hipócritas, aunque claro está que no me gusta tener muchos amigos. No soy buena socializando, por lo tanto, prefiero calidad que cantidad.

—Disculpa. —Alguien me jalaba el saco. Me percaté de que era el hijo del presidente.

¡Ay, que lindo se ve con los ojos llorosos!

—Sí. —Pero, ¿por qué se puso a llorar cuando entré? Va, ni siquiera yo sé por qué entré a este auto.

—Discúlpame, por favor. —Con esa vocecita y esos ojos no me puedo resistir a esa ternura.

—¿De qué debería disculparte?

—Es que yo no quería que tú seas mi mamá. —¡¿Qué?!

—¿Por qué piensas eso? —Creo que se está confundiendo de persona. Yo casarme con mi jefe. Nunca. Ni en mis peores pesadillas.

—¿Tú no eres Linda?

—Me estás diciendo que no soy linda o me preguntas por mi nombre.

—¿Cómo te llamas? —preguntaba con un poco de hipo por el llanto seguramente.

—¡Ah! Pues me llamo Paula, mucho gusto y dime, ¿cuál es tu nombre? —le preguntaba mientras extendía mi mano hacía la suya.

—Yo me llamo Ethan y tengo cinco años —me respondió estrechado su mano con la mía. Comenzando a sonreír.

—Oh, pues mucho gusto Ethan, sabes, tienes una sonrisa muy bonita —al decirle eso, se comenzó a poner rojito. En un murmullo dijo: «gracias», bien despacito, mientras agachaba la cabeza y seguía sonriendo.

Soy la esposa de mi jefe ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora