Una semana más tarde...
Italia. Tercer país vacacionado en nuestra lista.
Millones de lugares turísticos y no poder verlos a todos en una semana. La cual hemos estado de aquí para allá a lo loco. Me quedo feliz, al menos poder haber estado en los más espectaculares.
Ya llegado finales de septiembre el calor se suponía que disminuía, pero el que dijo aquello se equivocó porque cómo explican que esté sudando como si cargara las cataratas del Iguazú en mi cuerpo, mi esposo este muy fastidioso por ello y mi pequeño quejándose de que tiene sed. Sin contar que estábamos en una feria de todo un poco en plena avenida, viendo la mitad de la ciudad abarrotada en este sitio.
—Paula, ¿puedes comprar esas tan famosas frutas que quieres? Mi hijo y yo queremos largarnos de aquí.
Como dije, afronta con todas las emociones menos la alegría. Y la furia e ira predomina más en su ser.
—Ya, yo también estoy cansada. Solamente es que no las encuentro —decía buscando calidad en lo que buscaba.
—Con cien stands a tu vista, ¿y no encuentras las que quieres?
—Mira, gruñón, eres el menos indicado en hablar sobre preferencia —ofusqué señalándolo con mi índice.
—Papi, tengo mucha sed —le interrumpió su hijo con un puchero cuando iba a replicar.
Alessandro le exigió acercarse al guardaespaldas que nos seguía, supuestamente con disimulo, pero la gran altura que abarca este gigante era imposible disimular que venía con nosotros. Le ordenó que fuera por una bebida para mi pequeño y acatando la orden, se desapareció.
En eso seguí buscando mi fruta, hasta que por fin la encontré y compré casi cinco kilos de ella. Al darme la vuelta para acercarme a mis chicos noté la cercanía de una rubia, alta y con figura de modelo, hablarle a mi esposo con coquetería.
Admito que sentí una corriente de celos, pero no dejaría que notasen aquel sentimiento.
Con la barbilla en alto, me acerqué.
—Cariño, ya las encontré. —Sonreí inocente tomándome de su brazo y tomando la mano de mi hijo que se encontraba delante de su papá.
—Oh, ¿ella es la esposa que te referías? —inquirió la rubia piernas largas con asco en su mirada.
—Sí, ella es mi adorada esposa. —Me sonrió él.
—Que lastima saber aquello, pero entiendo que los grandes empresarios ya fueron cazados... —al decir aquello me miró con repugnancia.
¿Por qué tengo que lidiar con este tipo de personas?
«Eres cruel, Dios.»
—Tienes toda la razón, querida, así como también los hombres empresariales se alejan de víboras ponzoñosas buscando sus fortunas —corté con altitud de una maldita Diosa.
—Ohm... —Su mirada era muy venenosa, tal así que no pudo responder con palabras—. Nos estamos viendo pronto, señor Alessandro —se despidió sin mirarme y a Ethan le dio una sonrisa de compromiso.
Me giré mirando las mesas llenas de productos, todo para no darle protagonismo a lo que había pasado.
—¿Esos fueron celos? —cuestionó en mi oído.
—¿Celos? ¿Por qué los tendría? ¿Me has dado motivo alguno para tenerlos? —repliqué mirando como me miraba algo incrédulo y con diversión.
—Por supuesto que no. Si no que pensé que tendrías otra reacción. —La manera que lo dijo me pareció que estaba desilusionado.
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Soy la esposa de mi jefe ©
RomancePaula ve una escena nada agradable de su mejor amigo teniendo sexo con la novia de su jefe, en la oficina del último piso y para no meterse en problemas, se hace de la vista gorda dirigiéndose a su escritorio para retirar su celular, en su transcurs...