¡Llegó el fatídico día!
Hoy me caso con el amor de mi vida. Nah, mentira, hoy es el día de mi muerte, literalmente, bueno, no tan así. Pero pareciera que si lo es.
«Dios, ayúdame.»
No pude dormir en toda la estúpida noche. Las pesadillas no me dejaron, todas eran donde llegaba al altar y allí se encontraba mi jefe mientras se reía de mí y me decía que estaría atada a él para siempre y por siempre, se me pone la piel chinita de solo recordar esas espantosas pesadillas.
No me puedo casar, me arrepiento muchísimo, no puedo, no, no, no y no. Es imposible, no quiero, no puedo, ¿qué carajos se le pasó por la cabeza al idiota de mi jefe querer casarse conmigo? No me considero fea, pero vamos, no soy Angelina Jolie o cualquier otra actriz o modelo parecida.
O sea, hola, soy yo, Paula, una mujer despistada, desordenada, desaliñada, pero obvio, con un muy buen humor siempre, y ni hablar de que estoy graduada en sarcasmo. Esa sí es mi profesión.
Volviendo a lo de antes, ¿qué era?, ah sí, no me quiero casar. Alguien que me dé un tip para que la tierra me trague y me escupa en otro lugar o una fuga que me haga escapar de mi tortura que tendré que pasar.
Se imaginan la cara de mi jefe, si lo dejó plantado en el altar, ja, ja, ja, eso sería histórico, juro que remarcaría su cara en un cuadro y la vería siempre que tenga un mal día para reírme de él, eso sí, si no estoy muerta claramente.
Pero qué maldad estoy pensando. Dios, Paula, vuelve a lo de antes, ya vieron, me pierdo fácilmente. Y para rematar toda esta pesadilla que estoy sufriendo, hoy llegan mis padres y hermanos, no creo soportar las quejas de mis padres y los comentarios estúpidos de mis hermanos. En que me metí, joder.
Bueno, lo positivo de esto es que pueden venir.
—¿Qué piensas, Paula? —Al fin se digna en aparecer al ser cara de marciano, que me metió en todo este lío.
—¡Vaya, al fin el señor se digna en aparecer! ¿Qué tal la noche?, bien porque la mía espantosa y todo gracias a ti.
—Ey, tranquilízate, Paula. Qué agresión con la que despiertas —me decía Rogelio mientras se sentaba enfrente de mí en la silla de la barra.
—¡Me estás jodiendo! Mira, si no necesitara esta taza de café, juró por Dios que te la aventaría por la cabeza.
—Pero no lo harás.
—No te confíes, Rogelio. Menos de mí, querido.
—Paula, sonaste como una psicópata —me dijo asustado por la expresión de mi cara. Conseguí lo que quería, asustarlo.
—A veces pienso como una, es obviamente cuando hago uso de mis dos neuronas —le decía encogiéndome de hombros—. Ahora, volviendo a lo de antes, te debería estar matando, Rogelio.
—No sé qué decirte, a decir verdad, lo siento, sé que no solucionará nada, pero al menos te lo digo
—Rogelio, necesito que me ayudes a escapar. No puedo casarme, debes ayudarme.
—¿Cómo te ayudaré? ¿Estás loca? Sabes lo que será abandonar al mismísimo Alessandro Reyes en el altar. No, eso es una locura. No cuentes conmigo.
—Sabes lo que será casarme y vivir con él, eso es una locura, eso es de locos y no me considero tan loca para cometer tal acto. —Creo que eso sonó un poco a rima—. Por favor, Rogelio, necesito tu ayuda y no te puedes negar, ya que tú me metiste en este problema.
—Pero, Paula...
—Además, quiere que le dé un hijo, ¡un hijo, ¿entiendes?! No ni desquiciada lo hago.
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Soy la esposa de mi jefe ©
RomancePaula ve una escena nada agradable de su mejor amigo teniendo sexo con la novia de su jefe, en la oficina del último piso y para no meterse en problemas, se hace de la vista gorda dirigiéndose a su escritorio para retirar su celular, en su transcurs...