》CAPÍTULO 62《

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A mí solamente se me ocurrió depilarme la zona íntima con ocho meses de embarazo.

Mi barriga era un balón de básquetbol, ni siquiera podía ver mis gordos e hinchados pies. Lo hacía únicamente porque la doctora me había aconsejado que lo rasurase un poco, pero al tocar allí parecía un jardín con arbustos y todo. Era una locura que yo me apareciera así para mi parto. No sabía cuándo sería, sin embargo, tenía el presentimiento que no faltaba mucho.

El parto. Un tema que me acomplejaba mucho y generaba un miedo inmensamente enorme. Ese miedo a lo desconocido siempre aterraba. A pesar de ello, las charlas con mi doctora y Alessandro ayudaron bastante.

Traté de recortar lo que mejor pude con tijera para luego pasar al paso de rasurar con cuchilla. Ese era el problema.

—¿Cariño? —Alessandro quedó tildado en la puerta del baño al verme en cuclillas con un espejo apuntando a mi cosita y la maquinilla en la mano—. ¿Qué haces?

—Corto el arbolado.

Él se carcajeó muy escandaloso, tirando su cabeza hacia atrás.

—Amor, podía ayudarte yo. ¿Por qué no me lo pediste?

Entró sin modestia y se agachó hasta mí.

—No sé... sería raro. Además, estabas con Ethan.

—Solo tenías que pedírmelo. Te podrías haber resbalado o cortado con esto —dijo tomando la cuchilla de mi mano aún.

—Entonces, ¿lo harás tú?

—¿Por qué no? Eres mi esposa y te conozco de pie a cabeza.

Me ayudó a levantarme y me jaló hasta la cama nuestra para hacerme recostar en ella. Trajo del baño un paño húmedo, la crema para afeitar y la maquinilla. Abrió sin pudor alguno mis piernas y se posicionó entre ellas.

Pasó el paño por toda el área, limpiando resto de residuos que haya quedado por las tijeras, puso la crema y se preparó para el siguiente paso importante. Estaba superconcentrado en ello, perfeccionaba todo a paso lento y conciso, evitando cortarme. Su mirada no tenía ni una pizca de lujuria o deseo, sino más bien cariño y profesionalismo. Mis comisuras se elevaron.

—¿Te hago daño?

—No, cariño.

—Pues si lo hago, dímelo.

—Está bien.

Arrodillado en la cama, buscaba cada rincón para dejarlo al parecer impecable, lo hacía con total tranquilidad que temía que Ethan entrara en cualquier momento.

—Listo. ¿Qué te parece? —inquirió posicionando el espejo allí, mostrando mi reflejo.

Solo podía ver únicamente piel. Y me agradaba que no tenía ni una sola lastimadura porque si fuese por mí tendría más heridas que piel.

—Está perfecto. Gracias. —Le sonreí tiernamente.

Devolvió mi gesto y antes de poder pararme para poner mi ropa interior, colocó una crema para que no se me irritara. Esos pequeños detalles hacían que lo amase más.

Agradecida con el de arriba que todo había terminado para cuando entró Ethan somnoliento por la siesta; con Bigotes de guarda espalda y portando su peluche favorito en su hocico.

—Papi, ¿podemos ir al parque? —le preguntaba Ethan desde mi tocador tocando mi vientre mientras yo peinaba mi pelo.

Alessandro salió del trance de su teléfono. Lo guardó y se acercó hasta nosotros, lo tomó en brazos, abrazó mi cintura.

Soy la esposa de mi jefe ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora