Capítulo 3 - El gólem elemental

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La materializante procedió con cautela el resto del camino a través del bosque, sin poder evitar volver su rostro repetidas veces cuando su agitada imaginación y el movimiento de las hojas contra la luz del amanecer le hacían creer que seguían tras ella.

Aunque le había ayudado, no pudo evitar enfocar sus pensamientos en Ozoka, sin comprender por qué sacrificaría a sus compañeros de esa forma, especialmente por una completa desconocida.

Pero a medida que pasaban las horas Izun logró controlar su agitación y cuando por fin llegó al lindero del bosque, al norte, no pudo hacer más que sonreír cuando divisó a lo lejos una pequeña aldea.

—«Pronto te veré, Doverán.» —Pensó para sus adentros, a la vez que miraba a los múltiples aldeanos que pululaban alrededor de la población en la lejanía.

Aún le faltaba para llegar a Kirut, pero aquella población le serviría para reabastecerse.

Mientras se acercaba pensó en los contratiempos que había tenido en tan poco tiempo, y preguntó para sus adentros si aquel lugar sería igual.

—Buenas tardes, joven. —La saludó uno de los aldeanos cuando estuvo a meros pasos de la aldea, con trozos de madera y palos entre sus brazos.

—Hola. —Devolvió el saludo sin estar acostumbrada a aquella calidez, más propia de un lugar tan diminuto.

—¿Una viajera?

Por su voz, el hombre aparentaba tener unos sesenta. Sobre su rostro tenía una máscara similar a las de los elementalistas que había encontrado en el lindero del bosque horas atrás, pero su voz no denotaba ningún temor o recelo, era evidente que solo sentía genuina curiosidad.

—Algo así. Buscaba algo de sustento para llegar hasta Kirut. —Contestó cortésmente, y miró hacia la población con curiosidad.

—¿Comida? Si tienes unas monedas puedo ayudar con eso. —A Izun no le hizo falta ver el rostro del desconocido para saber que sonreía. Aquel trato calmó sus nervios por completo, decidida a arriesgarse una vez más.

—Gracias, no sabía a quién recurrir aquí. —Respondió mientras sacaba de su macuto una bolsa tintineante.

—Tranquila, tranquila, puedes darme lo que quieras después. Acompáñame. —Le indicó el aldeano con parsimonia.

La joven obedeció y caminó tras el curioso desconocido hasta un pequeño edificio hecho parcialmente de piedra, madera y paja, incrustado en una ladera.

—Pasa, tengo agua puesta al fuego. —Puso los troncos sobre un montón afuera, contra la pared de piedra.

Izun empujó la puerta y entró a la única habitación del edificio.

Dentro, observó al menos una docena de collares hechos con trozos de madera y piel colgados de una viga. A la pared de roca se le había dado forma de estufa y sobre ella, un jarrón metálico con agua hirviendo llenaba el apacible espacio con su sonido.

—¿Bebes té? —le preguntó el hombre mientras cogía el recipiente con un guante, antes de verter su contenido en dos tazas de barro mal formadas.

—Gracias. —Asintió y agachó la cabeza como señal de agradecimiento.

—Cuidado, quema un poco. —Le acercó una.

—¿Qué puedes venderme? Cualquier cosa me servirá. Una vez llegue a Kirut me haré con todo lo que necesite para viajar al norte.

—Un mercader de Filineras trajo hace unos días macutos repletos de queso, especias... Y nuevas del norte. Las especias no, pero quizás te interesen las otras dos. —Apartó su máscara lo suficiente para dar un sorbo.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora