Capítulo 8 - Edoven

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 Después de yacer durante horas sobre el húmedo suelo Izun logró recomponerse. La joven aprovechó para echar mano al último sustento que tenía en su bolso mientras aguardaba la llegada de Jon y observaba como oscurecía lentamente a su alrededor.

Durante las horas que había aguardado completamente vulnerable en el suelo, la joven materializante escuchó la conversación de los guardas para intentar averiguar algo de importancia a pesar de su estado, pero en vano. Los elementalistas que Doverán había apostado en la entrada de Kirut no hacían más que hablar del Gólem Elemental y de cómo se acercaba lentamente desde el norte.

Izun observó desde su estrecho escondite la longitud del puente. En medio del río una gigantesca columna de piedra sostenía todo el peso de la estructura, y de ella colgaban múltiples cuerdas con gruesos tablones de madera que hacían posible que esta se mantuviera en pie de lado a lado.

Mientras ideaba en su mente una forma de cruzar, el sonido de unos pasos a meros metros la sacó de sus pensamientos.

—¡EH! —gritó uno de los centinelas, encima—. ¿A dónde crees que vas, mocoso? —el guarda miraba hacia el mismo joven que la materializante había logrado engatusar horas atrás.

Jon alzó su vista y mostró entre sus flacas manos algo envuelto en un trozo de tela.

—Quiero darle de comer a los patos... —Trató de excusarse.

—Déjalo pasar. Esos pájaros asquerosos son la única familia que le queda. —Rio el segundo guarda mientras se apoyaba contra la barrera del puente, solo un par de metros por encima.

Jon bajó la cabeza como señal de respeto, acostumbrado al duro trato que los hombres de Doverán ofrecían a cualquier pordiosero como él.

Cuando se le acercó, la materializante no pudo evitar sentir remordimiento por utilizar a alguien tan joven para su beneficio.

—¿Lo has conseguido? —susurró sin disimular un tono de compasión por el pequeño.

—Sí, el padre de un amigo murió hace poco, su máscara estaba junto a su tumba... —Contestó en el mismo tono mientras la extraía del trozo de tela para mostrársela.

Izun esbozó una radiante sonrisa bajo su máscara de búho.

—Por todos los elementales, pequeño, nunca pensé que lo conseguirías. —Posó su mirada en Jon—. Toma, te lo has ganado. —Le entregó silenciosamente la bolsa de dinero que le había prometido.

El joven mendigo abrió el recipiente de cuero, gratamente sorprendido al encontrar dentro más monedas de las que habían acordado.

—Ignora las palabras de esos idiotas, ahora tienes más dinero del que ellos ganarán en todo un mes de trabajo. —Se comenzó a desatar la máscara que siempre portaba contra su cara.

La súbita acción de la joven sorprendió y alarmó a Jon, acostumbrado a la reluctante reacción de cualquier habitante por mostrar su verdadero rostro ante los demás.

—¡¿Qué haces?! —preguntó atemorizado, sabía las consecuencias que mostrar el rostro a cualquiera acarreaban.

—Debo cambiar la máscara antes de cruzar, por eso te la pedí. —Sonrió Izun, y mostró su verdadero rostro al joven que había arriesgado su bienestar por ayudarla.

El pelo rizado y el tono oscuro de sus ojos y su piel dejaron embobado al adolescente por un corto instante, hasta que la maldición que todos temían comenzó a hacer mella en la amable desconocida.

La materializante sintió una profunda sensación de debilidad cuando los ojos de Jon se posaron en su semblante a través de la maltrecha máscara.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora