Capítulo 26 - La propuesta

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 Janos esperaba sentado ante la entrada del Descanso de Amvil con su espada desenvainada, mientras observaba el cielo oscurecer y afilaba diligentemente su arma con una fina piedra de agua.

Entonces, el capitán notó la presencia de una figura en el camino que llevaba hasta la mansión de su maestro, apenas a metros de él.

—¿Quién va? —preguntó al ver el elegante atuendo del desconocido, extrañado de que sus centinelas lo hubieran dejado pasar hasta allí.

—Mi nombre es Guzak. —Contestó el desconocido cuando se acercó—. Vengo a ver al barón del vino, su majestad, Yltamer Niburi tiene una proposición. —Le mostró un sello verde plateado con el aspecto de un oso con fauces abiertas—. Creo que a tu maestro le puede interesar. —Agregó.

Janos miró durante un instante el símbolo de la nación e intentó ejercer en silencio su poder elemental sobre el mismo, pero fue incapaz de alterarlo, aquel sello era el auténtico. Solo entonces hizo una leve reverencia al recién llegado.

—Será un honor tener a un enviado de nuestro monarca aquí, sígueme, por favor. Te llevaré hasta Edoven. —Janos abrió el portón que llevaba al jardín interior.

Una vez adentro, el suave murmullo de un laúd lejano se podía escuchar con claridad en aquella tranquilidad, sonido que no pasó desapercibido para el enviado del rey.

—Recordaba con cariño esta zona del reino, pero veo que tu maestro ha llevado al extremo la comodidad que se puede alcanzar en Kirut. —Pareció sonreír bajo su fino antifaz albino.

—Definitivamente, sin embargo, no ha sido sin esfuerzo, los forasteros tienden a ver únicamente el resultado final. —Contestó el guarda personal de Edoven—. Por aquí. —Lo guio hacia la entrada del majestuoso edificio.

Guzak siguió en silencio al guerrero. Cuando ambos entraron, el mensajero no pudo evitar contemplar detenidamente los múltiples cuadros y finas alfombras que adornaban el interior del excéntrico hogar.

—¿No era él tocando ese instrumento en el jardín? —preguntó curioso—. Según he escuchado el Barón del Vino vive solo, salvo por sus múltiples sirvientes.

—Nos encontramos en una situación un tanto excepcional, me atreveré a decir. —Sonrió Janos—. Algunas de sus visitas gozan de su misma libertad, al menos mientras viven dentro. —Comentó sin querer revelar demasiado al sirviente de Yltamer.

—Ah, ya veo. —Continuó tras él, sin dejar de examinar los lujosos pasillos.

Después de un minuto, alcanzaron una habitación vacía con una mesa hecha para reuniones capaces de albergar a una veintena de personas con facilidad, junto a una chimenea que llenaba el espacio con el apacible sonido de la leña ardiente.

—Siéntate donde prefieras, traeré a Edoven de inmediato. —Le dijo, sin dejar de entonar sus palabras con una característica amabilidad.

Guzak aprovechó aquellos instantes de soledad para extraer de su elegante vestimenta azul un documento que dejó cuidadosamente sobre la mesa, junto a un sello igual al que había mostrado instantes atrás.

Al cabo de varios minutos, Janos apareció junto al renombrado noble que distribuía el alcohol de la región, su joven maestro estaba envuelto en ropajes oscuros y su máscara blanca con marcas azules.

Cuando lo vio aparecer, el emisario de Yltamer se incorporó e hizo una leve reverencia.

—Gracias por recibirme sin haberos informado previamente, sé que debéis tener varios asuntos entre manos dada vuestra posición. —Lo saludó.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora