Capítulo 65 - Alma del desierto

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 Pitera no vio los afluentes que Ojain había mencionado hasta estar al pie de la única montaña alrededor, una ladera que contenía una sorprendente cantidad de vegetación a pesar de estar en medio de Talasea... Incluso en la negrura de esa noche sin luna era capaz de divisar múltiples árboles esparcidos cerca.

—Pronto llegaremos a la cima. Ahí el agua está más limpia y también podemos ver Bagijen desde arriba. —Explicó el joven aprendiz, sin dejar de caminar.

—¿Y no se te ha ocurrido que nuestro querido sultán pueda haber pensado lo mismo? —Bilgir entonó su pregunta con la misma arrogancia de siempre, Pitera había aprendido a ignorar sus comentarios después de acompañarlo solo unas horas—. Yo digo de buscar cualquier sitio con agua y rodear la montaña por abajo. —Agregó.

—La montaña no está en el sendero hacia Bagijen. Si han venido por nosotros lo habrán hecho desde el oeste. —Explicó Ojain con voz cansada, ella no era la única que estaba harta del marinero del norte.

—Hemos llegado hasta aquí, subamos hasta encontrar un afluente y veamos si hay o no actividad en el pueblo. —Dijo ella, sin ánimos de ceder a la voluntad del capitán—. Puedo conseguir lo que necesitemos de esa gente, pero no quiero quitarles más de lo necesario. —Agregó.

—Estoy de acuerdo. —Contestó Ristri, el hombre de Hilgar era fácil de predecir, siempre parecía elegir el camino de la honestidad—. Si están en la cima esperando nos encontrarán de todas formas... Además, el agua que llevaba ese elementalista en el barco apenas nos ha durado hasta aquí...

Bilgir aceptó a la vez que negaba con la cabeza—. No pidáis ayuda cuando un grupo de cultistas nos rodee en el descenso. —Apresuró su paso y puso al menos diez metros entre él y los demás fugitivos.

Pitera estaba segura que de no haber tenido esas máscaras de arena dura, sus otros dos acompañantes habrían hecho el mismo gesto de frustración que ella.

—¿Era siempre así en el mar? —preguntó.

—No lo sé... Al capitán y a este joven los he conocido al mismo tiempo, dentro del bastión de Binos. —Contestó Ristri—. Pero en las celdas fue así desde que entró. —Agregó, Pitera pudo sentir un soplido divertido bajo su máscara.

—Toda su tripulación sigue ahí dentro... Solo los elementales saben qué demonios les estará haciendo el sultán ahora... —No me extraña que reaccione así ante cualquier cosa. —Dijo Ojain.

—Sí... —Respondió el norteño, antes de mirar hacia ella de nuevo—. ¿Cuánto tiempo has estado tú ahí dentro? —le preguntó, pensar en el periodo que había pasado dentro del Bastión Plateado despertó recuerdos de su infancia.

—Desde que tenía doce años. —Contestó—. El hombre que me cuidaba me enseñaba cosas del exterior, pero nunca vi su cara ni su máscara.

—Bahir... Mi maestro. —Dijo Ojain—. ¿Por qué te tendrían ahí durante tantísimo tiempo...? —se preguntó en voz alta.

—Eso es algo que también me gustaría saber. —Rio y apartó los pensamientos de su difunto pueblo—. Por suerte vosotros os topasteis conmigo. Estoy segura que hubiera pasado el resto de mis días ahí encerrada si no hubierais aparecido.

—¿Dónde iréis si alcanzamos Aljir? —preguntó Ristri.

—Yo quiero regresar a la cordillera, ver si todavía queda alguien que luche por mi reino ahí. —Contestó Pitera, a pesar de saber que esas organizaciones ahora pertenecían al pasado... Pero todavía albergaba esperanza en su interior.

—Yo esperaré a Ulenna antes de decidir qué hacer. —Dijo Ojain—. Tirfen era todo lo que conocía y dudo que otras naciones reciban con brazos abiertos a un elementalista del sur, sobre todo después de escuchar noticias de los ataques del sultán... —Agregó.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora