Capítulo 18 - Los Cultistas del Sol

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 Ulenna sintió un metálico sabor en la boca cuando abandonó el Bastión Plateado, sus pensamientos no dejaban de atormentarla después de lo ocurrido con Pitera y Bahir en las celdas del palacio. Sabía que el banquero solía poner sus intereses ante cualquier otra cosa, pero ni en sus más oscuras pesadillas hubiera creído posible que la fuera a manipular de semejante forma...

Envuelta en aquellos pensamientos, La Hechicera del Viento vio a un numeroso grupo de marineros marchar cerca de su edificio más cercano a puerto, acompañados por los Cultistas del Sol.

Su primera reacción fue de sorpresa, pocas veces se veían a los malintencionados guerreros en el interior de la capital, y mucho menos como centinelas de la misma... Entonces, mientras observaba la lenta marcha de esos elementalistas, reconoció el atuendo azul y la máscara de cobre brillante que Ojain portaba siempre, su amigo había sido detenido por la infame organización.

Ulenna pocas veces confrontaba a los seguidores del sultán, pero después de lo ocurrido con el maestro de aquel joven su irritación pudo con ella.

—¿Ojain? —se acercó al aprendiz de banquero y vio como el rostro cubierto de los cultistas se posaba sobre ella.

—¿Necesitas algo? —Gilin se interpuso entre la mujer y el prisionero más joven del grupo.

—¿Qué ha ocurrido? —Ulenna ignoró la pregunta del comandante, sin dejar de mirar a su amigo.

Pero a pesar de agradecer la valentía de la médica, Ojain no respondió, sabía perfectamente qué ocurría con aquellos que desobedecían las ordenes de la fanática organización.

—Hemos encontrado a esos dos en un navío proveniente del norte, creemos que tu joven amigo es el responsable. —Señaló a los dos materializantes amordazados—. Si nos disculpas, no puedo perder el tiempo dialogando con una glorificada matasanos.

—Si tuvieras un ápice de inteligencia sabrías que este joven nunca cometería semejante estupidez. —Contestó Ulenna.

Gilin detuvo su marcha y la miró.

—¿Qué has dicho? —le preguntó.

—¿No me has oído? Supongo que los miembros de vuestra organización estáis acostumbrados a no escuchar; si tuvieras un ápice de inteligencia, sabrías él jamás traería materializantes aquí. —Repitió.

—Déjalo, Ulenna. —Intervino Ojain—. Estoy seguro de que se trata de un malentendido, cuando Bahir hable con ellos todo esto se solucionará...

La líder de La Unión del Viento titubeó. No era propio de ella sucumbir al enojo.

—Si no fueras la maestra de los hospitales que soportarán a las tropas de nuestro sultán, te llevaría con ellos a las mazmorras por ese insulto. —Dijo Gilin, era evidente que el guerrero ahora reprimía una profunda ira bajo su máscara—. Cuida tus palabras, Hechicera del Viento, en los tiempos que corren podrían ser las últimas. —Agregó, antes de ordenar a sus hombres que reanudaran la marcha hacia el Bastión Plateado.

Ulenna miró en silencio como los Cultistas del Sol se llevaban a los marineros y al aprendiz, entonces pensó en las palabras de Ojain y la esperanza que este depositaba ciegamente en su maestro. Pero cuando pensó en lo que acababa de ocurrir con Bahir, no estaba completamente segura de que el ansiado rescate fuese a ocurrir como el joven prisionero esperaba...

***

La vergüenza que Ojain sintió mientras caminaba junto al sucio grupo de marineros era insoportable. Hacía años que no sentía aquel espantoso nudo en su estómago, desde que sobrevivió entre escondite y escondite dentro de la ciudad elemental de niño, solo con su habilidad y su labia para conseguir sustento sin necesidad de recurrir al dinero.

—Ya casi estamos, espero que os guste el color de las celdas; vuestro nuevo hogar. —Dijo el capitán de los cultistas.

Las palabras de Gilin reforzaron el incomodo sentimiento que Ojain sentía con cada paso que los acercaba al gigantesco bastión.

—Exijo que hables con mi maestro. —Comenzó a respirar agitadamente.

—Oh, no te preocupes, estoy seguro de que en algún momento hablaré con él, al fin y al cabo, debo asegurar que él no esté involucrado en todo esto. —Contestó el líder de aquel pelotón—. Ahora entrad, no quiero ver a escoria como vosotros sueltos por las calles de mi amada ciudad.

—Estás cometiendo un grave error encerrando a un miembro del clan Tyskfjäll. ¡Mi gente no se quedará de brazos cruzados mientras me pudro en vuestras sucias celdas! —el capitán del norte alzó la voz.

—Eso si no consideran antes que vuestro navío se haya hundido en lo más profundo del mar Ascen, al fin y al cabo, esas aguas tienden a ser un tanto... Agitadas.

Al escuchar esas palabras, Ojain comprendió que aquel grupo no buscaría justicia para ninguno de ellos, solo encerrarlos y enterrar su memoria en lo más profundo del majestuoso edificio que había servido como palacio para los sultanes de Tirfen.

—¡Busca a Bahir para aclarar todo esto! ¡Ahora! —exclamó ante el temor de ser olvidado en una sucia y fría celda por el resto de sus días.

Gilin golpeó el rostro del joven y tiró su máscara de cobre al suelo.

Al revelar su rostro, el aprendiz de banquero sintió como un poderoso y escalofriante sentimiento invadía todo su ser y debilitaba su ya maltrecho cuerpo de elementalista aún más... Korusei lo comenzó a cansar por momentos.

—¡Silencio! ¡No voy a otorgar a un sucio traidor ninguna de sus plegarias! —gritó y lo agarró del cuello, mientras posaba su mirada en los dorados ojos del cada vez más atemorizado joven—. ¿Esperabas la ayuda de tu maestro? —rio—, él no puede prestártela, no aquí, no dónde te llevaremos. —Lo arrojó al suelo de piedra. —¡Moveos! Sentir esa maldición es la última de vuestras preocupaciones... El próximo que hable, entrará a las celdas del Bastión Plateado sin brazos. —Los amenazó.

Ojain había sentido ese miedo antes, hacía mucho... Cada vez que rebuscaba entre las pertenencias de un noble y lo habían visto, o cuando robaba productos de cualquier mercader con este al lado, aquel familiar horror a ser descubierto llenó incontables veces todo su ser... Pero ahora era distinto. Escapar de esa inmunda vida y estudiar en la misma ciudad que le había tratado de forma tan cruel le había enseñado qué ocurría con los que osaban enfadar al infame grupo... Fue en ese instante, fue entonces cuando se sintió el ser más estúpido de todo Viltarión. Había depositado su esperanza en ser la excepción, pero ahí, junto al desafortunado grupo de marineros comprendió que solo era uno más... Y por mucho oro que hubiera conseguido hasta ahora, siempre lo había sido...

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora