Capítulo 35 - Monedas y propuestas

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 Desde que llegó a Kirut, Izun no se paró ni un instante a contemplar la ciudad que le había provocado todo ese sufrimiento en las últimas semanas.

Pero ahora, después de haber logrado el único objetivo que la ligaba a la región central del continente, mientras atravesaba las calles de techo en techo y miraba las laberínticas calles del centro, sintió un nuevo aprecio por la extraña población.

La lluvia que había empapado toda la población desde el comienzo de su misión amainó al abandonar la casa de nobles, y después de minutos, la luna se abrió paso a través de las nubes para alumbrar los edificios de piedra y madera que formaban el corazón de la fantástica ciudad.

El río Bilmerio se podía divisar desde las alturas, así como la casa de enfermos, rodeada de casas que pertenecían a la clase baja del reino, adornadas gracias a los variados poderes elementales que cada uno de los habitantes disponía. Solo entonces pudo apreciar el detalle que los elementalistas eran capaces de plasmar en sus creaciones, incluso con todo el daño que le habían provocado.

Cuando por fin pisó el edificio donde conoció a Alina, la joven miró con cautela la misma trampilla que había empleado antes de encontrar al Barón del Vino junto a su amante, justo debajo. Cuando entró, una de sus voces esperaba dentro...

—¿Lo has conseguido...? —preguntó Edoven.

La materializante terminó de bajar y se volvió. Frente a ella estaba el barón Numeria y Alina.

—Está hecho... —Contestó, sin dejar de mirar alrededor—. ¿Dónde está Ozoka?

—No ha podido regresar todavía, temo que lo hayan rodeado entre los soldados que vigilaban a ese cretino. —Contestó el barón, antes de hacer una pausa—. ¿Y Janos? ¿Has visto que ha ocurrido con él? —entonó aquella pregunta con cierto temor, era la primera vez que escuchaban aquel tono de la mística máscara del noble.

Izun negó con la cabeza, apesadumbrada.

—Burges entró justo después de terminar con Doverán, al parecer logró vencerlo ante la casa de nobles... —Explicó con un hilillo de voz.

Edoven posó su mirada en los tablones de madera que formaban el ruinoso suelo del hospital de Kirut y suspiró con fuerza, si no hubiera tenido esa brillante máscara, todos habrían visto como sus ojos se llenaban de lágrimas ante la ominosa noticia.

—Ya veo... —Logró decir, roto por dentro.

—Si Burges sigue con vida, sabe que has sido tú quién orquestó este complot contra su maestro. —Dedujo Alina.

Tanto Numeria como el barón volvieron su mirada a la joven elementalista, conscientes del riesgo que la muerte de su amigo podía suponer para ellos ante la corona.

—Lo sabe, como sabía de las alianzas clandestinas de Doverán con el sultán. —Intervino Izun al ver la reacción de los nobles—. También había un mensajero junto al Elementalista de Hierro. Por suerte, Burges decidió que una vez muerto no valía la pena convencer a Yltamer de tomar represalias ocultando su relación con el sur. —Explicó—. No parecía interesado en vengar a Doverán, por muy extraño que me parezca...

—Guzak... Seguía junto a él... —Murmuró Edoven, al recordar la interacción que había tenido con el emisario del rey el día anterior.

—Burges honrará la muerte de su antiguo compañero. —Habló Numeria—. Aunque no eran los mejores amigos en la tercera guerra elemental, lucharon como hermanos en el mismo bando. Antes de perder completamente la cabeza, Doverán siempre preguntaba sobre las aventuras de su guerrero en Tander y para mi desgracia, a Burges le encantaba repetirlas noche tras noche, especialmente si había vino de por medio... Él habría defendido con su vida a mi esposo, le debía su vida; pero si ya era demasiado tarde, no dudo que elegiría honrar las últimas acciones de su antiguo compañero.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora