Capítulo 53 - La Sala de los Espejos

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 Infinitos. Así le parecían los cientos de pasillos que veía a su alrededor.

Los centinelas que la habían atrapado en la madrugada la despojaron de sus áridas vestiduras y ahora, junto a ella dentro de la enorme y laberíntica sala había dos cultistas que miraban su desnudez pisase donde pisase. Había sentido Korusei desde que fue encerrada ahí y sus fuerzas no hacían más que flaquear minuto a minuto.

—¿Cuándo vendrá el sultán? —había perdido la cuenta de las veces que había hecho esa pregunta. Los dos guardas respondieron como hasta ahora... Con indiferencia.

La Hechicera del Viento estaba cansada de verse reflejada en los espejos de la desconsoladora habitación. Su piel oscura marcada por rasguños, su pelo castaño enredado, el cansancio que decoraba su rostro... Los detalles de su cuerpo desnudo le recordaban cada instante a la horrible situación en la que se encontraba...

La Sala de Espejos era un cuarto con más de cien cristaleras reflectantes cada pocos metros, encajadas en finas columnas de piedra roja. No había rincón que escapase a la vista de los centinelas, todas las necesidades de los prisioneros ocurrían a la vista de ellos. Ningún elementalista ni materializante tenía posibilidades de idear un escape, mucho menos de intentar ejecutarlo.

Ulenna podía escuchar la piel de sus pies adherida contra el frío cristal, que también formaba el suelo de toda la excéntrica mazmorra, que, a pesar de su nombre, se mantenía impoluta. —«Aquí transforman a sus prisioneros en carcasas de su antigua persona...» —pensó la líder de la Unión del Viento, mientras veía sobre su cabeza el reflejo de sus genitales proyectados en una columna infinita.

Debió ser medio día cuando la elementalista escuchó la puerta de la celda abrirse, solo entonces reaccionaron los centinelas que habían apostados ante la puerta. Binos, el sultán de Tirfen apareció por el umbral y la miró durante varios segundos antes de hablar.

—Mírate. —La médica se esforzó en no apartar sus ojos de los únicos orificios en esa máscara dorada e intentó no sucumbir a la intimidación del tirano—. A qué ha llegado tu querida unión... Ayudando a insectos y traidores a escapar... —Agregó, podía sentir su acusadora mirada a través de los dos orificios azules.

—Y lo haría otra vez. —Contestó sin titubear—. Esos prisioneros estaban ahí por un crimen que tú y tu querido banquero habéis cometido. Ahórrame tus sermones.

—No estás en posición para pedir nada, me temo. —El sultán acercó sus pasos a la médica. Ulenna comenzó a sentir granos de arena alrededor de su cuerpo, tan calientes como los que descansaban a la luz del desierto—. Podría quemarte como a un cerdo destripado... —El suave elemento escaló su piel como un insecto, hasta que cubrió su cuerpo hasta el cuello. El insoportable calor de la arena desveló la habilidad del sultán y aunque quemaba, la Hechicera del Viento todavía podía soportar su temperatura... Todavía—. Lamentablemente, la Unión del Viento ha ayudado a sus ciudadanos en estos tiempos tan inciertos. Ellos todavía te ven como una salvadora. —La arena cayó bruscamente al suelo, su movimiento se reflejó por toda la habitación.

—¿Qué vas a hacer conmigo...? —Ulenna entonó su pregunta con la preocupación de un enfermo recién diagnosticado.

—Te enviaré a Ivil, al norte. Ahí podrás servir a los heridos de mis batallas. Mis fieles servidores se encargarán de que eso sea lo único que hagas... —La médica sintió diversión en las palabras de Binos. El oscuro y dorado atuendo de seda que el sultán vestía se abrió, en su mano sostenía unos elegantes grilletes de hierro negro—. Mis servidores y esto. —Agregó y arrojó la cadena a los pies de la hechicera.

—¿Te traiciono y mi castigo es servir como una esclava? —dijo con esfuerzo, la fatiga de Korusei no le permitió mostrar su sospecha con el ímpetu que hubiese deseado—. ¿Qué quieres a cambio? —preguntó finalmente, intuía que las condiciones de su soberano serían difíciles de aceptar.

—Deja tu cargo a uno de mis servidores, en público.

Ulenna miró la máscara dorada.

—Mi cargo no es uno que se pueda dar, es uno que se hereda, solo el trabajo de toda una vida hace apto a uno de mis aprendices... —Ulenna pensó en su familia. El líder de la unión siempre se había apellidado Anijar, aquel renombrado puesto había sido su herencia y la herencia de su padre antes de ella—. Ha sido así desde que mi tatarabuelo fundó la unión... No cambiaré esas costumbres por alguien como tú.

—Le darás tu cargo a uno de mis hombres o la querida unión de tu tatarabuelo desaparecerá de mi capital y vivirás el resto de tus días aquí dentro. —La amenazó—. Como he dicho antes, no estás en condiciones de negociar.

Binos se levantó y caminó hacia la entrada.

—En una semana te oirá el pueblo. —Detuvo sus pasos al lado de la puerta y la miró—. A ver si tu determinación sigue intacta entonces. Al fin y al cabo, esta celda ha visto el trastorno de muchos plebeyos con ese mismo orgullo que muestras ahora.

Ulenna no contestó. La debilidad que se había esforzado tanto en ocultar había sido evidente para el sultán desde que atravesó el umbral de la puerta... Y ahora, bajo la mirada de sus imperturbables centinelas, incluso ella dudó de su cometido...

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora