Capítulo 58 - Los pícaros de Mareni

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 —Cambio de planes. —La frustración del general era palpable, sus amarillas vestiduras con líneas negras parecían arder con la furia de cien soles, actitud que tanto Izun como Alina observaron en silencio, como los demás comandantes dentro de la tienda donde hacía un rato habían preguntado por Mavin—. Debemos entrar a la ciudad y sacar a esas malditas ratas antes de que lleguen los cultistas y su monstruo. —La amabilidad que habían visto de Erik se había esfumado por completo.

—¿Cuantos bandidos han visto entrar a la ciudad? —Yzen fue el único capaz de interrumpir la exasperación de su amigo.

—Al menos veinte, acompañados de un hombre gigantesco. —Contestó Ilsen.

—Debe ser el mismo que nos atacó en el bosque. —Yzen sopló frustrado y volvió su mirada a ellas dos—. Me gustaría que vinierais conmigo, si no estáis en desacuerdo... Debí terminar con ese cabecilla salvaje en el Bosque del Oso. —Murmuró para si justo después.

Tanto Izun como Alina temieron la propuesta del guerrero cerúleo, pero dadas las circunstancias, era preferible a intentar reducir el número de cultistas cerca del Gólem Elemental. Los elementales querían que participaran en esa batalla, de una forma u otra, pensó la materializante, pero no dijo nada.

—Está bien. —Contestó Alina, para su sorpresa—. Pero solo con esos bandidos, la bestia del sur es algo con lo que ninguna de nosotras puede lidiar. —Se atrevió a decidir por ella e Izun no intervino para corregirla, a pesar de la palpable decepción que se podía sentir del general.

—Gracias. —Yzen agachó la cabeza como señal de respeto y miró a Rasguán, a su lado—. Ven. —Le dijo.

—¿Lo llevarás con nosotros...? —Izun podía sentirlo en la voz de Alina; no daba crédito a la tenacidad del elementalista de Hielo y su afán por mantener al joven siempre a su lado.

—Lo mantendré a salvo, siempre. —Contestó secamente, sin rastro de falsedad en sus palabras.

—Ayonos. —El general de Asgun alzó la voz y la Sombra Blanca se acercó de inmediato al centro de la lona—. Necesito que termines con los que puedas, esos cultistas esperarán acción de nuestra parte, por su majestad y los elementales, no me falles. —Las últimas palabras las pronunció con la severidad de un caudillo, pero el materializante simplemente asintió.

—No os fallaré. —Contestó y salió de la tienda dorada hacia el campamento bajo el ocaso, después de volver su oscura máscara hacia ella un último instante.

Izun suspiró, los próximos en salir serían ellos, estaba segura.

Erik se acercó a Yzen y puso una mano en su armadura de hielo, encima del hombro.

—Lamento habernos reencontrado en estas circunstancias. —Su voz ahora acarreaba un hilo de melancolía que no se molestó en ocultar—. Cuando regresemos a Asgun te pagaré este favor. —Agregó y dio un golpe sobre la mesa—. Id, si pudisteis acabar con un pelotón de bandidos en el bosque, aquí será cuestión de encontrarlos.

Izun y Alina siguieron al guerrero cerúleo hacia la oscuridad afuera, las dos se fijaron en los pasos cansados de Rasguán, pero a pesar de la lástima que sintieron por él, sabían que indicarlo solo irritaría a su poderoso compañero...

Pero para su sorpresa, fue él quien se justificó sin preguntarlo.

—No quiero dejarlo solo en el campamento. En caso de que haya una emboscada, podría terminar en un mercado del bosque o peor, en las manos de los cultitas. —Explicó.

Alina sopló, no podía ver su rostro, pero había aprendido a ver cuándo la irritación se apoderaba de ella.

—¿Y si somos nosotros a los que emboscan? —preguntó la joven elementalista, Izun podía ver como trataba de reprimir un profundo enojo.

—Ya viste hace unos días que le espera a quién lo intente. —Le recordó Yzen—. Lo protegeré, estemos aquí o en las tierras del sultán, da igual. —Aseguró.

—Espero que tengas razón. —Contestó Izun. Ella no sentía el enojo de su compañera, pero había visto lo que una sobredosis de confianza podía hacer a un aliado, a un amigo... A un familiar...

Al cabo de solo minutos, los cuatro llegaron hasta el lindero de Piru.

La ciudad al oeste de Asgun tenía un extraño y lúgubre aspecto en comparación a las poblaciones que la materializante había visitado. Cuando llegaron, era más noche que día y la luz de los faroles que acostumbraban a esclarecer la negrura de los barrios, ahora no iluminaban ni las negras rocas bajo sus pies... Y lo peor de todo, no estaban solos en la oscuridad...

—Guardad silencio. —Murmuró Yzen mientras guiaba con pasos de gacela a los tres, Rasguán justo detrás, ella y Alina en la retaguardia.

Aunque el frío los rodeaba, el peligro bañaba de sudor la frente de la materializante... Izun había encontrado bandidos antes en sus viajes y aunque su valentía había crecido, su inquietud también y ahora además tenían un monstruo a meras horas de ellos para desmoralizarlos todavía más.

—¿Cuántos son? —preguntó, quería centrarse en los Pícaros de Mareni, quería ser parte del cambio de la nación sureña... Y olvidar que la horrible figura de las historias acercaba sus pasos hacia ella y todos los materializantes que había conocido.

—El explorador de Ilsen vio a veinte de esos indeseables entrar a la ciudad por el suroeste, quizás más. —Contestó Yzen, sin dejar de prestar atención al silencio y a lo que se movía por él...

—No digo aquí, he oído las palabras de Erik. Me refería en el bosque, ¿cuántos son ahí dentro?

—Ni idea, cien, quizá más, como os conté todos los bandidos que acaban en el Bosque del Oso vienen de las tres ciudades alrededor, es difícil saber cuántos hay. —Contestó Yzen—. Ahora solo me interesa saber que Ilsen entrará por el mismo lugar que los bandidos junto a su séquito personal. Prestad atención, no estamos solos aquí dentro. —Advirtió.

—La ciudad es grande, a mí me preocupa más no encontrar a esos bandidos antes de que llegue el gólem maldito. Tengo la sensación de que él no tendrá problema para dar con nosotros una vez esté en Piru... —Comentó Alina, Izun podía sentir la frustración de su amiga.

—Mientras no nos encuentren ellos a nosotros... —Dijo el elementalista de hielo, mientras ojeaba una callejuela sumida en la penumbra al lado—. Pero algo me dice que somos nosotros a quiénes quieren ver.

Mientras se introducían por el pequeño sendero de piedra, la materializante divisó una persona en completo silencio, a solo unos metros de ellos.

—Hay alguien delante. —Izun señaló a la oscura figura, que esperaba ante una puerta igual de sombría... Como una estatua de piedra.

—¿Quién va...? —la voz de un hombre inundó la sigilosa calle como el ruido de una cacerola a medianoche.

—Guarda tu voz. —Se acercó Yzen primero, sin dejar de observar alrededor en busca de cualquier bandido al acecho—. Hay mercenarios cerca.

Cuando estuvieron al lado del hombre Izun observó la oscura indumentaria del desconocido, incapaz de decidir si aquellas telas eran azules ocres o negras. El único color que reconoció bajo las estrellas fue el de su antifaz, una máscara escarlata con un enorme orificio negro en forma de cruz...

La joven se puso alerta de inmediato. Yzen desenvainó su espada de hielo en un instante y la apuntó hacia el hombre que vestía como los cultistas de Tirfen.

—¡No! —el sureño no empleó ningún tipo de poder, en su voz solo se podía sentir miedo—. Por favor, no quiero luchar más... —Agregó cansado.

Yzen se mantuvo alerta. —No podemos confiar en tu palabra. —Le dijo.

Entonces la oscura figura se incorporó y alzó sus manos hacia su cara y separó el rojo antifaz de su rostro. Donde había estado la máscara de Tirfen, ahora se veían las facciones de un joven con piel oscura y ojos verdes bañados en miel y segundos después, una mueca de dolor provocada por Korusei.

—No quiero luchar más... Ni para Binos ni para nadie... —Se esforzó en reprimir el sufrimiento que sentía por la maldición, sin apartar la mirada de la máscara congelada—. Mi nombre es Nuto Marrash—. Tiró su espada al suelo—. Me rindo ante vosotros, guerreros de Asgun.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora