Izun despertó arropada por las raíces de un árbol enorme en medio del bosque donde se había introducido la noche anterior para escapar del materializante y los elementalistas de Mirel.
Aunque sabía lo mucho que podía costarle, a la joven le gustaba quitarse su máscara para descansar, pero gracias a Korusei solo podía permitirse aquel lujo cuando estaba convencida de su soledad, como en el interior de ese bosque.
Sus rasgos eran finos, su pelo ondulado y oscuro brillaba ante los primeros rayos de sol que se introducían por las copas de los árboles y el plácido calor del otoño la hacía apreciar aquel nuevo amanecer aún más.
Pero su exposición al mundo duró poco, cuando se desperezó ató firmemente la máscara contra su rostro para taparlo por completo una vez más.
Sabía que el bosque de Asgun era enorme, pero el sector donde ella se había introducido solo se extendía unos kilómetros hacia el norte, estaba convencida de poder llegar a una aldea al otro extremo antes del siguiente amanecer.
La joven no dejó que el agotamiento acumulado la noche anterior mermara su determinación, Izun comenzó a caminar cuando la brisa otoñal trajo consigo la promesa de nuevos lugares al norte, decidida a salir cuanto antes de la vegetación.
Después de atravesar el repetitivo paisaje durante horas escuchó el murmullo de un grupo de desconocidos, y no puedo evitar aumentar su cautela al oírlos.
—¿Quién en su sano juicio se acercaría a Tandor? Los elementalistas de allí sacrificarían a su madre si con ello pudieran conseguir el metal de la montaña... —dijo una voz masculina.
—Sí, son idiotas, pero si vamos con cuidado allí podemos conseguir más oro que en cualquier otro lugar. —Replicó uno de los cuatro individuos.
Izun escuchó atentamente desde unos matorrales mientras prestaba su atención al grupo que preparaba desayuno ante un fuego diminuto.
—Sinceramente preferiría ir al norte, menos problemas para todos. —Contestó otro de ellos.
Tres de ellos portaban máscaras blancas con orificios negros, las mismas que proporcionaba la iglesia elemental a cualquier habitante cerca de sus sagrados edificios, pero ninguna de ellas era tan elaborada como la de Izun. El hombre que había propuesto ir a Tandor era el único que portaba una máscara distintiva. También era blanca, pero en su superficie tenía grabada una oscura sonrisa, así como dos orificios de color rojo oscuro... Su aspecto era escalofriante.
—¿Quién va? —preguntó uno de los enmascarados.
Izun apareció de entre la vegetación y alzó los brazos como señal de amistad.
—No pretendía espiaros, solo me dirijo al norte, a Kirut. —Explicó tranquila.
Los cuatro observaron a la desconocida y su elegante careta, claramente alterados al ver la fina espada que colgaba de su cinto.
—¿Qué eres? —preguntó el hombre con la máscara sonriente.
—Una materializante. —Contestó todavía con sus manos alzadas, percibía con claridad la desconfianza que emanaba de los cuatro desconocidos.
—Únete a nosotros, los elementales saben que nos iría bien la compañía de otra aventurera. —Dijo la misma persona que la había escuchado, sin dejar de lado en ningún momento su laúd.
—¡Oz... —Un golpe seco contra las cuerdas del instrumento interrumpió al hombre con máscara sonriente, el que parecía ser su líder.
—Mis disculpas, no pretendía interrumpirte, pero no veo qué hay de malo en compartir unos instantes en el camino con una desconocida. Además, solo tú quieres ir a Tandor, ¿verdad? —agregó mientras afinaba el elegante instrumento, sin exhibir el nerviosismo de los demás.
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Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y Hierro
FantasyEn un mundo donde las personas pueden manipular los elementos a su merced, moverse distancias a la velocidad del relámpago y ser trastornados por una simple mirada, el conflicto crece por momentos. Elementalistas y materializantes buscan su lugar en...