Capítulo 69 - Bagijen

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 El amanecer de Talasea traía consigo la promesa de un profundo color celeste en sus cielos. La luz iluminó con todo el poder del astro la montaña y sus afluentes, así como las plantas secas que luchaban por sobrevivir en aquel duro ambiente y que solo un puñado lo conseguía.

—¿Es sabio subir hasta la cima? Si los cultistas están en el pueblo nos verán desde abajo. —Dijo Ristri mientras observaba la cúspide de roca cada vez más cerca.

—Podemos descansar aquí antes y llenar las cantimploras en el riachuelo. —Pitera señaló hacia uno de los afluentes, su superficie era tan tranquila que el agua parecía cristal líquido—. ¿Están muy cerca los edificios?

—Sí, a solo minutos en la otra dirección. —Contestó Ojain.

—Pienso igual que la mujercita. —Agregó Bilgir, desde el encuentro con aquel tigre apenas parecía tener fuerza para criticar las acciones del grupo—. Recuperemos fuerzas y movámonos al atardecer, así no nos quemaremos bajo este maldito sol. —Se acercó a una acacia cerca de un riachuelo.

—Oh, ¡ahí! —Pitera señaló con emoción a una criatura con orejas alargadas y ojos negros—. ¡Un conejo! —la materializante empleó su poder con la naturalidad de un guerrero y apareció a meros centímetros de la alimaña del desierto. El pequeño animal dio un torpe salto y emitió un chillido mientras la joven introducía una daga para abatirlo—. ¡Comida! —levantó su trofeo sin vida.

—¿De dónde demonios has sacado ese cuchillo? —preguntó el marinero, sin haberse sentado siquiera bajo la sombra.

—Del barco del desierto, cuando subí para ver el brillo del turquín. —Explicó con una sonrisa, era la primera vez que cazaba algo que no fuesen las ratas o cucarachas que a menudo paseaban por su celda.

—Prenderé un fuego para calentarlo. —Dijo Ristri—. ¿Sabes cómo desollarlo? —agregó con su máscara de arena puesta sobre la de ella.

Pitera negó con la cabeza, dentro del Bastión Plateado había perseguido alimañas solo por aburrimiento, nunca por necesidad.

—Ojain, ¿puedes ayudarla? Bilgir y yo podemos prender una hoguera de carbón con nuestro poder mientras tanto.

—Déjame el cuchillo. —La voz del aprendiz de banquero era neutra, pero tan pronto cogió la daga entre sus manos el joven comenzó a cortar con una precisión absoluta la piel de su presa.

—Pensaba que a los nobles como tú les preparaban las comidas día y noche. Parece que servirás para algo más que para traer la ayuda de tus amigos. —Dijo el capitán del norte.

—No todo en este mundo se centra alrededor del poder elemental. —Replicó Ojain, molesto—. He sobrevivido sin la ayuda de los elementales desde que era un niño, nada de lo que conseguí en Tirfen fue un regalo. —El joven cortó el abdomen del conejo con brusquedad.

—Sí... —Contestó Bilgir y arrojó una rama seca a Ristri desde el suelo, sin alejarse de la sombra—. Y mira de lo que te ha servido... Para darle compañía a la escoria de la nación.

—No lo escuches... —Pitera le susurró mientras agarraba los restos que Ojain apartaba de la carne.

—Deja de incordiar al que nos sacó de la prisión y ayúdame a quemar palos, ¿quieres? —el hombre de Hilgar miró al norteño, en menos de un minuto había reunido la poca madera que yacía a su alrededor en una sola pila.

El marinero refunfuñó y comenzó a ayudarlo. Ver como ambos prendían la leña con solo su poder elemental no dejaba de fascinar a Pitera, que observaba de reojo las chispas mientras recogía las piezas del conejo que Ojain terminaba de limpiar.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora