Capítulo 22 - Aleación de Ebalor

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 Ojain había logrado descansar unas pocas horas sobre el duro suelo de piedra que envolvía toda su celda. Y aunque hacía horas que era de día, no fue la luz quién lo había despertado, sino un extraño y constante ruido bajo el suelo de su estrecha habitación.

El aprendiz apegó su cabeza contra la roca e intentó escuchar con atención qué provocaba aquel molesto y persistente sonido, pero en vano, pues a lo único que podía compararlo era a los golpecitos que se escuchan cuando una persona tocaba una puerta maciza de madera.

—Por fin despiertas, pensé que los nervios de estar aquí te habían inducido en el descanso eterno, como a una damisela. —Susurró Bilgir, todavía amordazado entre las oscuras cadenas en la jaula de enfrente.

—¿Puedes escuchar ese ruido? —preguntó Ojain en el mismo tono, mientras se esforzaba en ignorar el tosco insulto del marinero.

—¿Qué ruido? —preguntó y dejó que el silencio impregnara su celda para intentar escucharlo—. No oigo nada... ¿Estás seguro que no son tus nervios...? —dijo después de varios segundos, incapaz de escuchar.

—Ya no se oye... —Dijo el aprendiz, al notar que el constante murmullo había cesado.

—Intenta relajarte, joven, si estás así después de un día no me puedo imaginar el estado en el que te encontraremos si pasan meses, por no decir años... —lo miró Bilgir.

—No me mires directamente, por favor. —Contestó Ojain al notar la ominosa maldición tomar posesión de su cuerpo.

—¿Qué has oído? —preguntó la misma voz que el día anterior les había explicado cómo actuar en aquellas mazmorras desde la celda contigua.

—Golpecitos... Bajo la piedra. —Contestó el aprendiz—. Ristri, ese era tu nombre, ¿verdad? —agregó.

—Sí. —Suspiró este—. Probablemente sean las celdas inferiores. —Comentó sin darle demasiada importancia a las palabras del joven.

—Pensaba que no había más niveles en este infierno... —Murmuró el elementalista sin brazos ni piernas, atento a la conversación.

—Si te apetece descubrir qué clase de torturas emplean ahí, preguntale a Filger, estoy seguro de que estará más que encantado de llevarte en brazos ahí abajo. —Sonrió el hombre.

—¿Ningún elementalista ha tratado de escapar deshaciendo la pared...? —Ojain cambió de tema, sin ganas de escuchar qué otras habitaciones había reservadas para gente como ellos en aquella prisión.

Ristri comenzó a reír tan fuerte que el joven hubiese jurado que los centinelas llegarían en cualquier instante para acallarlos.

—¿A qué te dedicabas fuera, chico? —preguntó la voz que todavía no tenía rostro para el joven aprendiz.

—No me dedicaba, todavía pertenezco al Banco de Jade. —Contestó irritado.

—Oh, tenemos un noble entre nosotros. Te haría una reverencia, pero desde aquí dudo que la puedas apreciar. —Se burló—. Óyeme, chico, suenas como una persona culta, pero esa información que albergas de poco servirá aquí dentro. —El hombre se aclaró la garganta y habló entre susurros—. Asumo que alguien como tú jamás se habría molestado en conocer el funcionamiento de estas cárceles, pero te lo aclararé. La mayoría van y vienen, pero gente como tú, del maldito Banco de Jade o de cualquier otra organización chupándole la sangre a los habitantes de Tirfen, solo estáis aquí cuando hacéis enfadar a alguien aún más poderoso de lo que vosotros creíais ser. —Rio.

—¡No!, fue... Fue un malentendido.

—Malentendido o no, aquí estás, y aquellos que salen temprano de estas celdas no lo hacen para reunirse con sus seres queridos, créeme. —Suspiró—. Solo tienes que recordar a ese pobre desgraciado de ayer... —Agregó.

—Su nombre es Halber, no desgraciado... —Masculló Bilgir, molesto.

—Era. —Lo corrigió Ristri—. ¿Acaso no escuchaste sus gritos? —preguntó con sorna al marinero.

Pero este no respondió, se limitó a apretar las cadenas oscuras que reprimían su poder, invadido por la ira.

—¿Por qué no escapar entonces...? —Ojain repitió la pregunta—. Yo apenas albergo poder elemental para manipular la roca de estas paredes, pero los demás...

—¿Acaso crees que el sultán es idiota? —Ristri adoptó un tono divertido—. Bueno, supongo que según a quién le preguntes podrías encontrarte con una respuesta positiva... De todas formas, Binos no es un necio, y los arquitectos de este lugar tampoco. ¿Ves las cadenas de nuestro alegre capitán? —le preguntó.

—El hierro de Ebalor, sí, nos lo dijiste ayer...

—Las paredes y el suelo de estas mazmorras contienen una parte de ese maldito material, ni el elementalista más poderoso podría hacer un solo rasguño a esta prisión. —Explicó—. Si no me crees, intenta manipular la pared de la ventana. —Agregó, y cambió su tono a uno melancólico.

—¿Cuánto llevas aquí...? —preguntó Bilgir, habían empezado a comprender que su encarcelamiento podría llegar a durar el resto de sus días...

—Lo suficiente para saber todo lo que ocurre aquí... —Contestó Ristri.

—Si son las paredes hacia el exterior las que contienen ese material, ¿no se pueden manipular las paredes interiores entonces? —preguntó Ojain.

—Sí, pero tendrías que evitar a los guardas de Binos una vez destroces su mazmorra... —El aprendiz notó cierta vacilación en las palabras del recluso.

Mientras hablaban, la voz de Filger invadió el pasillo donde se encontraban todas las celdas.

—Desde ayer escucho vuestras voces cada vez que bajo, ¿te están distrayendo las caras nuevas, Ristri? —preguntó el carcelero y caminó hasta la celda del desconocido, de la misma forma que el día anterior.

—No, solo me distraen sus preguntas. —Contestó este.

El centinela lo miró fijamente, e hizo que las fuerzas abandonaran el cuerpo del recluso con Korusei, hasta que volvió la mirada hacia la reja de al lado, dónde él escuchaba qué ocurría.

—Tú... —Murmuró—. Tú trabajas para Bahir. —Agregó, al reconocer sus vestiduras, las vestiduras del aprendiz más famoso de Tirfen—. ¿Cómo demonios has terminado aquí?

—Los cultistas me trajeron por equivocación... —Respondió.

Filger pensó durante varios segundos, en silencio.

—Informaré a tu maestro, pero de tendrás que quedarte aquí, no querría tener al grupo de Riún en mi contra... —Contestó y regresó por el mismo pasillo, su súbita marcha parecía haberle hecho olvidar los susurros que había percibido de los prisioneros.

—Al final será cierto que trabajas para el Banco de Jade... —Murmuró Ristri—. Es la primera vez que lo veo alejarse de esa manera... —Agregó.

Ojain no contestó, pero una luz de esperanza se había prendido en su interior, su maestro sabría cómo sacarlo de ahí... Pronto podría respirar tranquilo.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora