Capítulo 5 - Los muelles de Tirfen

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 A pesar de las extrañas circunstancias, a Ojain le agradaba pasear por la ciudad sureña. La bahía frente a la población apaciguaba los vientos marítimos, y aunque el calor a menudo era insoportable durante el día, en las mañanas como aquella apetecía caminar entre las cuidadas calles de la capital elemental.

El joven pensó en el cargamento que aquel navío transportaba, sabía por experiencia que Bahir nunca se involucraría en el negocio de los clientes a los que prestaba descomunales sumas de dinero, pero si estaba dispuesto a sacrificar un perdón que el propio sultán le había entregado, el contenido de ese barco debía ser cuanto menos importante.

Entretenido por esos pensamientos llegó casi sin percatarse al mercado justo antes de los muelles, y observó a los cientos de mercaderes que alzaban sus puestos antes de que el calor llegase a niveles extremos.

—¡Ojain! —escuchó la dulce voz de la mujer que todos en la capital del sur reconocían de inmediato, la voz de la Hechicera del Viento, la líder de la unión más antigua de Tirfen, y una buena amiga del joven.

—Ulenna, Naaga tsuico. —La saludó con respeto en Firsín, el idioma elemental y agachó grácilmente la cabeza.

—Naaga hocaris. —Respondió ella—. ¿Has escuchado del norte? No se habla de otra cosa. —Agregó después de contestar al saludo del joven aprendiz de banquero.

—Voy a puerto por ello. —Sonrió bajo su máscara, y obvió un divertido tono de voz.

—Bahir no pierde el tiempo, ¿dónde está ahora? —Agregó, sin molestarse en disimular sus intenciones.

—En camino hacia el Bastión Plateado, para hablar con Binos.

—Oh, entonces tendré que esperar para encontrarme con él... —Comentó la mujer con cierta frustración.

El aspecto de Ulenna a menudo descolocaba a Ojain, su máscara era de madera azul y contaba con solo dos orificios que no dejaban ver hacia dentro en su negrura, además de usar ropajes flexibles con la misma textura, que le daba un aspecto de árbol con forma humana.

—Si es que puedes hablar con él, vi a Binos antes y no parece dispuesto a escuchar a razones... Espero que le vaya bien esa reunión... —Agregó, sin poder evitar preocuparse.

—¡Ja! Deberías preocuparte por ti mismo, los elementales caerán antes de que Bahir se vea acorralado, especialmente por alguien como Binos. —Rio ella.

—No lo digas muy alto, podría haber pajaritos suyos escuchando cerca. —Respondió Ojain en el mismo tono.

—El día que me asusten sus elementalistas es el día que abandonaré Tirfen para siempre. Y tú, ¿qué tienes que hacer en el puerto?

—Un encargo de Bahir... No se ha tomado demasiado bien las noticias de Hilgar. —Suspiró.

—Te acompañaré, temo que dentro de poco no haré más que enviar a mi gente hacia el norte. —Suspiró—. Si Binos nos valora lo suficiente nos enviará en barco... —Se notó una clara tristeza en su voz.

Ojain pensó en el inminente futuro de la frontera con Hilgar.

—¿Tenéis doctores suficientes para una guerra? —preguntó, sin dejar de caminar hacia los muelles.

—¿Suficientes? —Ulenna obvió un tono burlón, antes de comenzar a reír—. Querido mio, no hay doctores suficientes en el mundo que puedan controlar los horrores de una batalla, mucho menos los de una guerra...

—Ya sabes a qué me refiero.

—Ayudaremos como podamos, con la esperanza de no perder demasiadas vidas... No espero que alguien como tú o Bahir entendáis como es ahí fuera.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora