Capítulo 39 - Serendipia

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 —Estamos llegando, ya puedo ver el humo a lo lejos. —Señaló al horizonte, dónde largas cortinas grises adornaban el firmamento—. ¿Has estado antes en Tir'na? —preguntó Alina, mientras recuperaba el aliento en la cima de una pequeña ladera que usaron para ver su camino.

—No, es la primera vez que voy tan al norte. —Contestó Izun y se colocó a su lado, para observar la población en la distancia.

Habían pasado dos días desde que partieron en dirección a Piru, pero antes de llegar a la ciudad amenazada por el gólem, debían atravesar Tir'na, una pequeña población que se encontraba a un tercio del camino.

—Igual tenemos oportunidad de probar ese queso que me diste de nuevo. —Sonrió la elementalista bajo su detallada máscara metálica—. El de Fredy.

—Sí... Si aquí no hay, en Piru deberíamos encontrar. —Dijo la materializante en el mismo tono—. ¿Crees que Ozoka fue al sur? Esa canción suya era de Hilgar, si fue por el mismo camino quizá se hayan encontrado en Borel...

—Los elementales libren a Fredy de ese chiflado. —Rio Alina—. Aunque creo que tendrá suerte, dudo que Ozoka pare por esa población o cualquier otra. —Agregó.

Nada más decir aquello, un golpe seco seguido de dos voces las sacó súbitamente de la conversación.

—¡Atiza bien, con la punta! —un grito a lo lejos puso alerta a las dos aventureras.

Un hombre con máscara de hielo e indumentaria de escarcha bloqueaba todas las arremetidas de un niño no mayor de siete años, que a pesar de su infantil aspecto; su espada corta de aprendiz; y la diferencia de tamaño, golpeaba hacia el guerrero cerúleo con la determinación de un general.

La escena extrañó a las dos guerreras, pero les confundió aún más el frío aspecto del extraño combatiente.

—Buen día, caballeros. —Alina fue la primera en saludar. Por la súbita reacción de los dos desconocidos, ellos tampoco se habían percatado de su presencia hasta ese momento.

—Elementales guíen vuestro camino, mi señora. —Contestó el hombre, de su máscara se pudo ver emerger el aliento al pronunciar aquellas palabras. Aquel antifaz no era un mero objeto atado a su cabeza, era hielo tan denso como el acero y tan frío como el Mar Helado.

—No soy una noble, ni soy vuestra, me podéis llamar Alina. —Contestó la joven.

—Mis disculpas, mi señora. —Repitió el personaje mientras mostraba su vaina, tan helada como el resto de atuendos y equipajes que portaba—. Pero juraría ante todos los elementales que dos desconocidas con antifaces tan distintivos solo pueden pertenecer a una casa de nobles.

—Por esa lógica, asumo que tú mismo perteneces a una, ¿mi señor? —Izun se preocupó de enfatizar su voz más sarcástica al pronunciar esas dos palabras.

—Yzen. —El personaje pareció sonreír—. Y buen intento, pero esta no es una máscara, esto está hecho solo con mi poder. —Dio un golpecito a la fría barrera de su cara—. Temo que la nobleza no sea el mundo para mí.

La joven materializante miró al desconocido, y después al joven de máscara blanca que lo acompañaba, ahora escondido tímidamente detrás de él.

—Yo me llamo Izun. —Contestó la materializante—. ¿Cómo te llamas tú? —suavizó su tono al dirigirse al niño.

—Rasguán...

—Oh, un nombre del sur. —Dijo la mujer con máscara de búho, sin dejar de mirar con cada vez más curiosidad a los dos extraños.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora