Capítulo 45 - Realidad

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 Cuando por fin llegó el gélido abrazo del desierto en la madrugada, la joven materializante no pudo evitar sentir excitación con cada ruidito que sentía alrededor, con cada suspiro...

Hasta que, por fin, el rítmico sonido que había esperado invadió su celda desde debajo.

No podía ver a través de su oscuro antifaz metálico, pero por el sonido de las piedras, supo que se trataba de los mismos prisioneros que le habían hecho una visita la noche anterior.

—¿Pitera? —preguntó la voz del más joven.

—Estoy despierta. —Contestó nerviosa, entre los prisioneros pudo sentir la respiración de una tercera persona.

—¿Esta chica nos ayudará a salir? —dijo el hombre, con el desdén de un centinela—. Espero que al menos sirva como apoyo moral... De otra forma no sabría decir cómo nos ayudará... —Agregó la nueva voz, tan ronca como la del otro hombre que había entrado a su celda anoche.

—Que sea pequeña no significa que sea inútil. —Replicó Ojain, molesto—. Ella nos ayudará más de lo que tu podrías dadas las circunstancias. —Acercó sus pasos a ella, Pitera podía sentir las manos del hombre de ojos brillantes tocar su casco. Todavía podía ver en su memoria el color dorado de sus iris.

—Guarda tus insinuaciones, joven. Veremos quién tiene razón cuando se eche a llorar una vez nos vean los guardas. —Escupió—. Chicas como esta solo sirven para prostíbulos.

—Si hubieras estado ayer, te tragarías esas palabras, capitán. —El tono del hombre viejo era cansado y no parecía haber dicho todo lo que quería, pero antes de poder continuar, el sonido del antifaz al abrirse invadió la pequeña celda de piedra y metal.

Entonces, por un instante, vieron el rostro de Pitera.

La joven tenía el pelo plateado y ojos con destellos de un rojo atardecer y aunque su estatura y complexión eran propias de una adolescente, sus marcadas facciones desvelaban la experiencia de una mujer.

—No sabía si creer que vendríais de nuevo. —Dijo jovial—. Me alegra ver que decíais la verdad.

—No te alegres tanto, señorita. —Interrumpió el hombre rudo—. Parece que realmente llevas más tiempo que cualquier otro aquí adentro, ¿eh? No saber qu-

—Yo se lo diré, Bilgir. —Lo cortó el joven aprendiz.

La tensión de Ojain era tan clara como las aguas del mar Isilio.

—¿Qué ocurre? —Pitera no pudo evitar que un hilillo de temor abandonara su boca.

El más joven de los prisioneros suspiró.

—Ayer nos dijiste que pertenecías a los Espectros Dorados y que querías regresar junto a ellos... —Comenzó a explicar.

Pitera miró al joven, tranquila de nuevo.

—¿Pensáis que no sé que ya no están? —preguntó con una sonrisa. Su franqueza sorprendió hasta al capitán del norte—. Dije que volvería junto a ellos, quiero decirles adiós y seguir con el trabajo que dejaron a medio hacer.

El suspiro de alivio que los dos hombres de ayer dejaron escapar sonó como una bota de vino al desinflarse, el otro simplemente soltó una sonora carcajada, divertido.

—Antes de eso debemos salir de aquí, princesa. —Comentó el capitán sin disimular un tono burlón y puso una mano en el hombro del joven elementalista—. Y creo que ni su amiga sabe cómo demonios va a prestarnos su ayuda para conseguirlo. —Le dio una palmada—. Explicaos vuestras historias, yo iré a descansar a mi celda.

—Te pondré las cadenas. —Dijo Ristri, pero antes de que pudiera seguirlo este lo ahuyentó con la mano.

—Después, después. Quiero estirarme un poco antes.

—¿Es siempre así? —preguntó Pitera, una vez Bilgir regresó al agujero.

—No sabría decirte, lo conozco desde que entramos aquí, hace solo unos días... —Ojain procuró no mirar a la joven mientras ordenaba sus pensamientos—. ¿Cómo sabías sobre los espectros en Ylimer? —preguntó finalmente.

—La sombra que me visita me dijo todo sobre la masacre de mi gente... —La pena surgió de su interior al recordar—. Hace tiempo que he dejado de llorar por ellos... Madre, Padre, mi querida hermana... Hace años que todos ellos dejaron Viltarión para ver a los elementales.

—¿La sombra? —preguntó Ristri, extrañado.

—Vino hace unos días con una mujer de voz bondadosa. —Explicó Pitera—. Pero incluso así la amenazó...

—Bahir... Mi maestro. —Murmuró el aprendiz de banquero—. Así se llama tu sombra. —Agregó.

El rostro de Pitera adoptó genuina perplejidad por primera vez.

—Todo este tiempo me ha hablado desde las sombras... Nunca pensé que llegaría a conocer su nombre. —Dejó escapar aquellas palabras con palpable sorpresa—. ¿Te hizo entrar aquí también? —preguntó al joven de ojos brillantes, segura de que habría otros como ella.

—No lo sé... —Suspiró Ojain—. Fueron los Cultistas del Sol quienes me encerraron, a Bilgir y a mí. Pero cuando vino aquí estaba claro que no movería un dedo para sacarme de estas celdas.

—Chico, me sorprendes. —Comentó Ristri, casi entre risas—. A veces parece que sepas todo y a veces pareces un bobo del puerto. ¿Te extraña que un noble que se codea con el sultán no vaya a ayudarte? Hasta en Hilgar sabemos que los nobles de Tirfen sacrificarían gustosamente a sus amigos para conseguir más poder. O en este caso, para protegerse, depende de la circunstancia. —Agregó, al meditar la razón que había llevado al joven a lo más profundo del Bastión Plateado.

El joven no tardó en comprender qué estaba insinuando.

—¿Crees que mi maestro ha hecho que la culpa de ese envío caiga sobre mí?

—Apostaría todas mis riquezas, pero dadas las circunstancias solo puedo apostar una bota de vino casi vacía. —mostró el recipiente magullado y rio—. Ahora, no estoy diciendo que haya planeado todo esto desde que hicieron enviar esos materializantes en el navío de nuestro querido y bruto compañero. —Pitera comprendió que hablaba del capitán que acababa de regresar a su celda—. Pero creo que es una buena medida de seguridad, confiar la responsabilidad de ese envío a su fiel pupilo. Si el envío se entrega no ocurre nada, si lo requisan... —Ristri no terminó la frase, solo alzó las manos y señaló el nuevo hogar del joven aprendiz en silencio.

—Elementales... —Aquella palabra abandonó los labios del joven aprendiz cargada de impotencia, cada vez más enfadado con su propia estupidez—. «Pon tu confianza solo en aquellos que tengan la tuya.» Me dijo... —rio con tristeza.

—No te lamentes, todos los que estamos aquí ha sentido lo mismo... De una forma u otra. Ahora importa escapar. —Giró su rostro hacia la joven, sin llegar a mirarla—. Pitera, ¿puedes emplear tu poder para salir de las celdas?

—Sí. Mientras pueda ver el lugar, puedo pisarlo. —Le aseguró.

—Entonces, quizá tengamos una posibilidad. —Dijo el hombre de Hilgar—. Solo espero que tu conocida tenga un plan digno de ejecutar y que no sea muy amiga de tu maestro... —Agregó.

—No me preocupa su lealtad... —Comentó Ojain—. Me preocupa que le hagan algo antes de poder sacarnos de aquí...

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora