El olor del humo se había vuelto tan intenso que Termidas no pudo hacer más que tapar su máscara con un trozo de tela.
Iril había ardido durante toda la noche y todavía ardía por la mañana, pero ningún habitante aparte de los que habían escapado la pequeña población el día anterior llegó a la fortaleza... Una pesada sensación de impotencia se apoderó de los guerreros a medida que acercaban sus monturas hacia el río que separaba Duner de la nación vecina.
—Todo está calcinado... —Murmuró Uvil a la vez que calmaba a su montura para ver con claridad el estado del pueblo.
Los demás imitaron al joven capitán, Termidas no podía ver el rostro de los soldados, pero sabía perfectamente qué cara escondían debajo. El solemne silencio era lo único que necesitaba para conocer la ira que sus compatriotas albergaban dentro.
—El puente también... —Nirte señaló la estructura que permitía el paso a Tander, esta había sido destruida por solo uno de los extremos, el extremo en el que ellos se encontraban.
La avanzadilla llegó hasta el cruce y ojeó alrededor, en busca de cualquier explorador o soldado enemigo que pudiera haber escondido, entonces detuvieron sus monturas y observaron el daño que el cruce había sufrido...
El puente estaba formado por bloques de piedra en forma de arco, pero ese arco ya no existía, solo piedras y mortero destrozado yacía bajo la sombra de la estructura, debajo del agua.
Termidas fue el primero en desmontar y ver el lugar donde el enemigo había concentrado su poder, justo al comienzo del arco había claros signos de un intenso calor marcados en la piedra.
—Es reciente. —Dijo mientras tocaba la roca quemada, templada al tacto a pesar de la temprana hora.
—Deben haber cortado el acceso a los aldeanos para evitar que escapen... —Dedujo Nirte mientras observaba hacia la población y la oscura nube que emanaba de ella, a solo un kilómetro—. Mirad. —Señaló al otro extremo, donde al menos una docena de cadáveres yacían cerca del cruce.
—Malnacidos... —Murmuró Uvil.
Ozoku y Ozoki desmontaron de la única montura que el comandante les había provisto y se acercaron a él para observar los bloques destruidos.
—Elementalistas del sultán, sí, sí. —La joven materializante aplaudió con entusiasmo y se materializó repetidas veces alrededor de los soldados—. Ellos nos odian, ¿verdad, Ozoku? Sí, sí, ellos deberían atacar si me ven.
—Es posible, Ozoki, solo has de mirar el resultado al otro lado del río, quizá quieran luchar, quizá mirarnos. —Respondió el otro—. Si te cansas demasiado apareciendo de aquí allá es posible que te asesinen si nos atacan.
—Maldita sea controlad vuestros impulsos, no quiero atraer más atención de la necesaria, solo averiguar hacia donde han ido los responsables de este ataque. —Nirte habló con un claro tono de irritación.
—Nuestra motivación es distinta a la vuestra, pero el resultado que buscamos es el mismo, ¿por qué deberíamos censurar nuestros pensamientos? —preguntó Ozoku.
—Por respeto a los que han perdido la vida allí. —Señaló el Lobo Austero, ver la falta de empatía que aquellos dos mostraban a menudo le hacía cuestionar el razonamiento de Yvelde.
—El respeto se gana con esfuerzo, capitán, sí, sí... Y una vez muerto no hay esfuerzo que valga. —Contestó la joven materializante, era la primera vez que escuchaba un hilo de severidad en su voz.
—Haced lo que os plazca, pero por todos los elementales no atraigáis a más enemigos de los necesarios con vuestras tonterías.
—Solo si prometes luchar junto a nosotros cuando encontremos a los sureños. —Dijo Ozoku, igual de serio que su compañera.
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Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y Hierro
FantasíaEn un mundo donde las personas pueden manipular los elementos a su merced, moverse distancias a la velocidad del relámpago y ser trastornados por una simple mirada, el conflicto crece por momentos. Elementalistas y materializantes buscan su lugar en...