Capítulo 9 - El elementalista de hierro

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 Un ominoso sonido despertó a Doverán, que se colocó el casco tan pronto se incorporó para buscar con la mirada a su alrededor.

—¡¿Quién va?! —preguntó, impregnado en sudor bajo su máscara metálica.

—Soy yo, Mi señor. —Contestó una voz temblorosa al otro extremo de la puerta.

Doverán soltó un profundo suspiro.

—Por todos los elementales, Burges, ¿qué demonios quieres a estas horas de la noche? —preguntó y mantuvo quietos sus pies en el suelo.

—Perdón, pero la Sombra Blanca acaba de llegar, me ha insistido en despertarte... ¿Puedo abrir? —agregó el sirviente del elementalista.

Pero antes de poder introducir su llave en la puerta del dormitorio, Doverán abrió la pesada puerta de madera, Burges se apartó para dejar sitio en el pasillo.

—¿La Sombra Blanca has dicho? —contestó extrañado, escuchar el apodo del infame asesino lo había despejado por completo.

—Viene de Mirel. Dice tener noticias de la asesina que enviaste allí hace dos semanas... —Dijo su guerrero, mientras lo veía emerger del oscuro habitáculo.

—¿De Izun? ¿qué ha pasado con ese maldito pajarito? —preguntó mientras ajustaba sus ropajes.

—No ha querido entrar en detalles, e insiste en hablar contigo...

—Ah, —suspiró fastidiado—. ¿Dónde está?

—Aquí. Está esperando abajo. —Contestó mientras comenzaba a guiar a su líder por el oscuro pasillo, para llevarlo ante el hombre que intentaba dar caza a Izun.

Antes de siquiera ver al ominoso individuo, Doverán notó la presencia del infame materializante, que esperaba tranquilamente en el recibidor de su hogar y la casa de nobles; donde los enviados del monarca de Asgun trataban con el Elementalista de Hierro a horas más apropiadas...

—Mis disculpas por despertaros. —La Sombra Blanca agachó levemente la cabeza, a la vez que se aclaraba la garganta—. Leí vuestra misiva cuando recibimos a la materializante con máscara de búho en Mirel. Lamentablemente, la joven escapó hace solo unos días de las mazmorras y creo que ahora planea venir para atentar contra vuestra vida... —Agregó apesadumbrado.

—¡¿La habéis dejado escapar?! —Doverán alzó la voz furibunda. La paranoia que habitualmente lo consumía por las noches no haría más que empeorar ante todo eso—. ¡¿Cómo?!

—Uno de mis hombres cometió un error, creyó que se trataba de un prisionero elementalista y le quitó la capucha... —explicó la Sombra Blanca, avergonzado.

—Santos elementales... —suspiró el elementalista de hierro—. ¿Hace cuantos días sucedió? —preguntó.

—Cuatro. Si no ha llegado ya, debe estar a punto de hacerlo. Recomendaría que os ocultara...

—No me esconderé. —Lo interrumpió y se volvió hacia el centinela que lo había despertado—. Me quedaré en este mismo lugar. Burges, aumenta las defensas y reúne al Círculo de Bronce. Quiero que la busquéis por cada rincón de esta maldita ciudad. Hasta que no deis con ella no permitiré que se reduzca la vigilancia en la casa de nobles. —Vio como su súbdito asentía en silencio y salía de la habitación.

—Lamento ser el portador de malas noticias... Permíteme ayudar a vuestros hombres a buscarla. Tengo un pelotón descansando en el Bardo Ocre preparado para asistiros en lo que necesitéis. —Se disculpó el súbito mensajero.

—Ya lo creo que ayudarás. No comprendo cómo se os puede haber escapado una mera materializante indefensa. —Volvió su mirada hacia el indigno sirviente del rey.

Ayonos, la Sombra Blanca, pareció reaccionar al hiriente comentario, a la vez que agachaba la cabeza para confirmar que estaría involucrado en la búsqueda de aquella fugitiva.

—¿Cuantos hombres tienes bajo tu mando? —Preguntó Doverán.

—Cuatro contándome a mí.

—¿Algún elementalista?

—Soy el único materializante del grupo, mi señor. Por eso creo que mis hombres serán los indicados para prevenir que Izun se acerque hasta aquí, pero yo soy el que tiene más posibilidades de atraparla. —Explicó.

—Está bien... Tú buscarás por mi ciudad. Toma. —El comandante de Kirut rebuscó en uno de sus bolsillos, y sacó un trozo metálico en forma de estrella y de tonalidad esmeralda—. Esto te ayudará a identificarte ante los soldados que pregunten qué estás haciendo, te doy permiso para buscar dónde sea necesario. Encuéntrala y enmienda el estúpido error de tu subordinado...

—Como ordenéis. —Aceptó el refinado amuleto y lo guardó en un pequeño macuto oscuro. El materializante se despidió y agachó la cabeza como señal de respeto, antes de abandonar el recibidor.

—«Malditas cucarachas» —Pensó mientras veía a la oscura figura salir de su hogar, con una profunda ira contenida en su interior.

***

Una vez afuera, Ayonos posó su mirada en el firmamento, en las estrellas que brillaban durante aquella noche sin luna, irritado.

—«Cobarde...» —Pensó a la vez que dejaba escapar un suspiro, antes de dirigir sus pasos hacia la posada donde sus compañeros esperaban.

La Sombra Blanca miró con curiosidad a su alrededor. No le sorprendía el escaso movimiento en las calles dada la hora, pero lo que más llamó su atención fueron los múltiples soldados que Doverán había apostado afuera incluso antes de haber ordenado la búsqueda de esa fugitiva...

Algo más ocurría en Kirut, y aunque el monarca de Asgun le había ordenado obedecer a los nobles de sus ciudades sin dilación, tenía claro que, si encontraba trapos sucios de cualquiera de ellos, haría todo lo posible para garantizar la seguridad del reino...

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora