Capítulo 11 - Espectros dorados

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 Un silencio ensordecedor invadió la habitación que hacía solo unas horas había rebosado con vida. Ulenna miró la vela que iluminaba el pequeño despacho de su clínica, al lado del puerto principal de Tirfen, dónde había acompañado esa misma mañana a Ojain.

Entonces, la puerta que daba a su improvisado despacho se abrió lentamente y dejó ver la figura del hombre que había buscado durante el día.

—Bahir. No pensé que te vería a estas horas de la madrugada por aquí. —Sonrió bajo su máscara de madera azul.

—Naaga tsuico, Ulenna. Mi querido pupilo me contó que querías hablar conmigo, y dada la reunión que he tenido con Binos me apetecía intercambiar palabras con alguien más... Racional. —Cerró la puerta y arrastró una de las sillas para acomodarse. El prestigioso banquero observó a su alrededor, los cientos de papeles que habían desperdigados por todo el lugar desvelaban la caótica situación que pronto colapsaría a los médicos de la ciudad—. Veo que también sois conscientes de lo que se acerca...

—Naaga hocaris... —Respondió al saludo en Firsín—Y sí... Pero qué podemos hacerle, ¿eh? Nuestro querido sultán tiene un extraño afán por hacernos sufrir. Aunque teniendo en cuenta a sus predecesores supongo que no es tan terrible... —suspiró la Hechicera del Viento, antes de alzar la vista hacia la máscara de bronce que el poderoso anciano portaba—. Te había buscado para pedirte que intentaras convencer a Binos de evitar todo esto, pero me parece que ya es una causa perdida. ¿O me equivoco? —agregó.

Bahir hizo una pequeña pausa, parecía comprender perfectamente su irritación.

—Me temo que sí... —Contestó en el mismo tono, a él tampoco le gustaba involucrarse en contiendas innecesarias—. Pero no he venido hasta aquí para decirte lo que ya sabes. Necesito a alguien que sepa tratar casi cualquier enfermedad; tu ayuda.

La líder de la Unión del Viento adoptó un semblante de curiosidad bajo su antifaz, dispuesta a escuchar.

—¿Con qué?

—¿Conoces a los espectros dorados? —preguntó Bahir.

La pacifica elementalista negó con la cabeza, cada vez más intrigada—. ¿Y al Gólem Elemental? —a Ulenna le costó disimular la incómoda sensación que ese nombre le provocaba, y solo asintió con un suspiro de repulsión hacia la antigua creación de su nación.

—Cuando yo era solo un aprendiz, Jinos descubrió a un grupo de materializantes que operaba al este para el Reino de la Doncella, en la cordillera de Ylimer. Ellos fueron los que inspiraron a nuestro antiguo sultán y a los Cultistas del Sol a crear a nuestro querido gólem... —Intentó disimular el asco que sentía por la malintencionada y antigua criatura.

—No sabía que habíamos sido nosotros los que crearon esa aberración... —Ulenna no salía de su asombro.

—Lo sé. Pocas personas aquí lo saben, Jinos se encargó personalmente de ocultarlo a su querida población, y ahora Binos sigue sus pasos... Sea como fuere, los espectros dorados lograron dañar considerablemente las rutas mercantes al norte, hasta que los Cultistas del Sol y esa aberración intervinieron...

—Sin duda una pieza interesante de nuestra historia, pero por lo que dices ocurrió hace décadas, ¿a qué viene todo esto ahora? —preguntó Ulenna, sin comprender a dónde quería llegar el banquero.

—Dos décadas exactamente. Pero no todos fueron erradicados en las montañas... —Bahir hizo una pausa—. Durante las últimas escaramuzas que llevaron a cabo contra los espectros, los cultistas dieron con la hija de uno de esos valientes, pero estúpidos guerreros... En su momento me sorprendió escuchar que ese grupo dejó a una materializante con vida, si hubiera sido el gólem sin duda no estaría hoy aquí contándote todo esto... —Suspiró—. Su nombre es Pitera, y ahora está encerrada en las celdas de nuestra ciudad. Los guardas y demás prisioneros piensan que es una materializante corriente... Demonios, dudo que ella sepa de dónde procede... —Se interrumpió—. Solo la Enviada del Sol, Binos y yo sabemos de dónde es, y ahora tú también.

—¿Y estás compartiendo este secreto conmigo porque...?

—Porque esa descendiente de los espectros dorados está enferma, y mi consciencia no me dejaría descansar tranquilo si la dejara pudrirse a su suerte en esas frías celdas cuando la única culpa que tiene es haber nacido en el lugar equivocado, en el momento equivocado... Ella tiene poco que ver con la guerra que sus padres comenzaron contra nuestro pueblo.

—Quieres que vaya a ayudarla. Aun sabiendo lo que me puede hacer nuestro querido sultán si descubre que he socorrido a una materializante... —Dedujo.

—Por favor. Sé que es mucho pedir, pero pocos sospecharán de verte en las celdas asistiendo a un prisionero si yo te acompaño. Mientras Riún o Binos no estén allí no supondrá un problema. —Explicó Bahir.

Ulenna pensó durante un largo minuto.

—Hay algo que no comprendo. Tú sabes perfectamente qué está haciendo tu dinero por esta nación. ¿Por qué te preocupa lo que le ocurra a alguien como ella cuando miles más correrán el mismo destino al norte...? —preguntó, convencida de que había algo que no le había contado.

Al escuchar esa pregunta, el anciano titubeó.

—Mi antiguo maestro me encargó ocuparme del transporte cuando aprisionaron a todos los miembros de los espectros. Pero al llegar al este, solo quedaba ella con vida... Nunca olvidaré su rostro la primera vez que la vi, consumido por el cansancio de Korusei y la agonía de haber visto a toda su familia perecer ante sus ojos... —Contestó el banquero—. Sé que no soy el más indicado para hablar de la moral de un pueblo, pero cuando la traje a Tirfen me prometí que trataría de mejorar su vida como pudiese... Pero ya conoces a Binos, él nunca me permitiría hacer demasiado por a alguien como ella.

—Santos elementales... —Una profunda sensación de tristeza invadió a la médica, antes de pausar un corto instante—. La ayudaré. Pero a cambio necesitaré otro navío para llevar a mi gente a las ciudades del norte. —Decidió después de varios segundos—. La Estrella del Sol no será suficiente para el conflicto que se acerca.

—Está bien. —Contestó Bahir, sin dudar ni un momento—. No había nadie más a quién pudiera acudir.

—¿Queda alguno vivo...? —preguntó Ulenna.

—¿De los espectros dorados? —la médica percibió una triste sonrisa bajo la sólida máscara del banquero—. No lo sé con seguridad, pero los Cultistas del Sol hacen bien su trabajo... Y su organización es de las pocas que odian tanto como Binos a los materializantes, sino más. —Comentó apesadumbrado.

—Entiendo...

—Ven mañana por la mañana al Banco de Jade. Riún acaba de abandonar la ciudad, y Binos está demasiado ocupado planeando como atacar y torturar a Hilgen. Te guiaré hasta ella dentro del bastión.

—¿Debo llevar algo especial? —preguntó la líder de la Unión del Viento.

—Solo tu poder, lo verás una vez estés allí. —Contestó el anciano a la vez que se levantaba de la silla—. Muchas gracias por esto, de veras. —Agregó, genuinamente agradecido.

—Te veré por la mañana. Cierra al salir, por favor, todavía hay pacientes que gozan de cierta tranquilidad cerca... —lo despidió Ulenna, antes de volver su atención a los manuscritos que había estado revisando momentos atrás.

—«En qué demonios se ha transformado esta nación...» —Se dijo cuando vio a Bahir abandonar la habitación, antes de terminar las misivas que debía enviar al norte...

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora