Ayonos observaba apaciblemente desde la plaza central de Kirut al edificio dónde Doverán residía. Todavía podía sentir el amargo sabor del vino en su árido paladar, pero después de escuchar a Guzak en el Bardo Ocre, La Sombra Blanca había recobrado la sobriedad, así como una renovada sensación de disciplina.
Iyé y sus otros elementalistas estaban en el interior de la casa de nobles, pero sabía con certeza que ningún guerrero con intención de atentar contra la vida del paranoico elementalista se aventuraría sin conocer previamente el hogar de su objetivo. Estaba convencido de que la materializante con máscara de búho acecharía primero las afueras de aquel lugar, y por eso esperaba bajo la tenue luz que lograba penetrar las nubes, cada vez más numerosas.
El experimentado guerrero sabía que aquel enfoque era el más pragmático, pero no podía evitar sentir cierto resentimiento hacia el comandante cuando sus hombres, solo por su naturaleza, parecían recibir un trato normal mientras él era relegado a esperar.
—«Malditos elementalistas...» —Suspiró, a la vez que envolvía el cuerpo en sus oscuras vestiduras para protegerse del frío y la llovizna otoñal.
—¿Esperáis ver algo aquí afuera? —una voz femenina lo sobresaltó.
—Noble Numeria. —Se recompuso al instante cuando reconoció el cabello escarlata que sobresalía de la elegante máscara que la señora de Doverán exhibía—. Quizás. Temo que la persona que tiene en su mira a vuestro esposo pueda aparecer en cualquier momento de la noche para explorar sus posibilidades. —Explicó.
—Quizás deberíais descansar, me temo que la predisposición a exagerar de mi querido esposo pueda costarle el favor de los hombres que lo protegen... Vosotros solo lleváis unos días aquí, pero seguro que ya habréis podido comprobar su nerviosismo... —Agregó la distinguida mujer.
—Me quedaré un poco más. Pero gracias. —Respondió La Sombra Blanca.
—Como gustéis. Pasad una buena noche, noble Ayonos. —Se despidió la elementalista y dirigió sus pasos lejos de su hogar.
El materializante sintió un extraño interés por la esposa del Elementalista de Hierro; al contrario que este, ella parecía infinitamente más sensata. Pero antes de poder sumirse en sus asunciones, el sonido lejano de un instrumento que reconoció perfectamente le provocó un escalofrío.
—«No puede ser...» —Y entonces, las pequeñas gotas de lluvia que habían rociado Kirut, comenzaron a caer con cada vez más intensidad...
***
Janos miró con atención los dedos del músico moverse contra su laúd, aunque tosco, aquel plan para intentar atraer a los aburridos centinelas que luchaban contra el sueño en la casa de nobles podría funcionar, el silencio que impregnaba la ciudad central era tan sobrecogedor que las agudas notas del elementalista resonaron por las calles de Kirut como un rayo en medio de una tormenta.
—Atento. —Dijo Janos, sin poder evitar mostrar cierta sorpresa ante el poderoso sonido que abandonó el laúd, convencido de que su extraño compañero había empleado algún truco para hacer que este sonase con más intensidad de lo habitual.
—Ohh. —Dijo Ozoka después de unos segundos, excitado—. Tenemos un ganador. —Agregó, podía divisar a varios metros en la calle principal la misma figura con la que había combatido en el bosque de Asgun días atrás—. Mantente al margen, estoy seguro de que le seguirán más, pero este es mío. —Le dijo a Janos en un tono divertido.
—Recuerda el objetivo. —Aceptó Janos, antes de dirigir sus pasos a uno de los callejones contiguos para alejarse de la visión que otros soldados de Doverán pudieran tener—. Evita que terminen contigo.
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Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y Hierro
FantasiaEn un mundo donde las personas pueden manipular los elementos a su merced, moverse distancias a la velocidad del relámpago y ser trastornados por una simple mirada, el conflicto crece por momentos. Elementalistas y materializantes buscan su lugar en...