Capítulo 37 - Ojos brillantes

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 Oscuridad. Así pasaba cada uno de sus días, envuelta en una penumbra imposible de romper.

Lo peor era el silencio, solo roto por las comidas que traían las sombras dos veces al día, o cuando su propio cuerpo decidía que era hora de expulsar residuos...

Recordaba con afección la conversación que otros dos extraños habían tenido sobre ella, ¿había sido horas atrás? ¿días? No podía saberlo, pero recordaba haber quebrado la monotonía de su día a día, al menos durante un corto instante en ese océano oscuro que había sido su hogar desde hacía tanto.

Pero eso no era lo único que había irrumpido en su rutina. Durante el día esperaba cada comida mientras corría de lado a lado y se agarraba a ciegas de las rugosas paredes para mantenerse activa, de noche se entretenía al escuchar una pareja de búhos que se posaban grácilmente en la única ventana de su celda... Y en la madrugada, desde hacía meses, escuchaba un tímido murmullo que provenía desde el subsuelo...

Había olvidado hace tiempo cómo se sentía el tacto de otra persona, la sensación de paz que una vez había sentido al ser parte de una conversación... Y algo en ese sonido, por muy tenue que fuese, le recordaba al calor de una fogata rodeada de caras amigas...

La primera vez que escuchó los constantes golpecitos su corazón sintió un vuelco, haber estado atrapada en esa rutina tantos años la había insensibilizado, pero escuchar esa nueva ocurrencia noche tras noche despertó en su interior el fuego de una curiosidad que hacía tiempo había olvidado. Cada vez que oía el característico ruido recordaba momentos de libertad en la cordillera de Ylimer. Y esa noche, los golpecitos se podían escuchar con más claridad que nunca...

A pesar de ser completamente desconocido, el ruido no la atemorizaba tanto como las ocasionales visitas de una de las sombras... Cuando podía sentir el tenue poder elemental que empleaba con ella, y el dolor que proseguía... Y a pesar de sus gritos, la única respuesta que había obtenido era una respiración fuerte y divertida ante cada uno de sus quejidos.

El temor a encontrar algo peor en lo desconocido ya no era una preocupación que flotaba por su mente. El tedio al que la joven se había acostumbrado hizo que prefiriese el dolor al aburrimiento.

Más cerca; el sonido ahora estaba justo debajo de sus pies, su corazón latía con más fuerza que nunca...

Los golpecitos se habían convertido en golpes, y los murmullos en susurros, en palabras que podía escuchar con claridad.

—Vamos a abrir el suelo por aquí. —Dijo la voz desconocida, y dos golpes se escucharon justo debajo de uno de las piedras que formaban el suelo—. Aléjate.

Al oír aquello, un sonido menos sutil comenzó a impregnar el interior de su celda desde abajo, entonces, escuchó con infinita claridad el tono de voz que acababa de salir del suelo.

—Por todos los elementales, chico. No serás tan poderoso, pero jamás habría creído posible manipular el material alrededor del Hierro de Ebalor... —Otra voz, más profunda que la primera se abrió paso hasta la celda.

—Las otras paredes se hicieron con una concentración mucho mayor de ese maldito metal que las que separan las celdas... Parece que mantener dentro a todos era la prioridad de quién construyó esta mazmorra... —Respondió la voz que había oído entre susurros.

—Rápido, los centinelas volverán antes de que amanezca, no tenemos mucho tiempo. —Lo apresuró la voz grave.

La joven escuchó la respiración de una persona a su lado, entonces, sintió el tacto de su mano investigar la pieza metálica que mantenía siempre el casco cerrado alrededor de sus ojos.

—No es de ese hierro. —Comentó la sombra que intentaba liberar sus ataduras, emocionado.

Después de unos segundos sintió un «clic», y como si fuera un velo que la había mantenido al margen del mundo, la atadura que habían usado para cegarla se despegó de su cabeza y permitió la entrada de una tenue luz, luz que a la joven le pareció tan brillante como el recuerdo que tenía del sol...

—¿Puedes ver? —la voz venía del hombre más cercano a ella; su piel era oscura, incluso en la penumbra y sus ojos tenían un brillo extraño, un resplandor que Pitera no había visto desde hacía años.

—¿Quiénes sois...? —preguntó, confusa.

—Compañeros atrapados en el mismo lugar. —Sonrió la otra figura, un hombre con pelo desaliñado y del color de la ceniza—. Me llamo Ristri.

—Yo soy Ojain. —Contestó el más cercano—. Creíamos que había un materializante aquí dentro, y que quizás, juntos podíamos idear una forma de escapar de aquí...

Pitera era pequeña, casi tan pequeña como una niña; su pelo era claro y aunque eran oscuros, en esa penumbra sus ojos emitían un claro destello de curiosidad.

Pero la joven había olvidado el dolor de Korusei hacía tiempo, y el instante en el que todos posaron su vista en los demás, la ominosa presión invadió el cuerpo de los prisioneros.

Ojain y Ristri vieron a la joven tirarse bruscamente hacia atrás cuando la súbita dolencia tomó posesión de su cuerpo, mientras intentaba utilizar su poder frenéticamente ante la horrible sensación.

—No queremos dañarte. —Exclamó Ristri—. Si no te miramos no sentirás nada, tranquila. —Le aseguró.

Pitera vio a los dos hombres bajar la mirada al suelo, y cuando pasaron unos segundos, la maldición abandonó su cuerpo de la misma forma que había aparecido.

—¿Erais vosotros los que estabais haciendo ese ruido cada noche...? —preguntó finalmente, todavía respiraba con fuerza, pero había logrado controlar su temor.

—Sí, ¿lo podías oír desde aquí dentro? —preguntó Ristri.

Pitera solo agachó la cabeza, como un niño al recibir una reprimenda.

—Ya veo... —suspiró el hombre—. Escúchame bien, ningún centinela puede descubrir esto. Solo tenemos minutos antes de regresar y debemos ponerte las ataduras una vez más antes de que llegue el amanecer... —Después de decir aquellas palabras hizo una breve pausa—. Sé que será extraño viniendo de dos completos desconocidos, pero, ¿nos ayudarás a salir de aquí? —preguntó finalmente—. Todos queremos ver la luz del día, estoy seguro de que no eres la excepción.

La joven miró por primera vez la ventana donde había escuchado a esas aves canturrear cada noche, y a través de la misma, una tenue luz que a Pitera le pareció tan poderosa como el brillo de una fogata.

—¿Podré ver el océano? —dijo con un hilillo de voz.

—Y el desierto, y el bosque. Pero necesitamos tu ayuda, y tú la nuestra. —Contestó Ristri.

La materializante sonrió y guardó silencio, una repentina emoción se apoderó de ella al ver tantas cosas que había olvidado, al oír voces que no pertenecían a la sombra que tantas veces la había torturado.

Después de unos segundos en silencio, se materializó al lado de los prisioneros, y por un momento, a pesar de ser más baja que cualquier otra persona de las mazmorras, la joven prisionera pareció más grande que cualquier otro guerrero...

—Haré lo que sea necesario para regresar a Ylimer junto a los Espectros Dorados. —Sonrió—. Mi nombre es Pitera, del Reino de la Doncella.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora